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La aldea de los genios

Rafa Japón

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Me faltan datos estadísticos para dar veracidad científica al artículo que están a punto de leer. Escribo por sensaciones y por la relativa experiencia que me dan mis siete años al servicio a la profesión. Ya saben que trabajo en un instituto situado en el noroeste de la provincia de Córdoba, en una zona cuyo Índice Socio-Cultural está catalogado por la Junta de Andalucía como medio-bajo. El instituto está en Fuente Obejuna, pero a él llegan niños de otro pequeño pueblo (Los Blázquez) y de catorce aldeas de los alrededores. Como imaginan es una zona muy despoblada. Si viaja usted por estos parajes, en muchos momentos tendrá la sensación de volver al siglo XX.

No obstante, es asombroso el número de estudiantes con altas capacidades de los que disponemos. Un compañero habla de uno de los poblados —que no llega al centenar de habitantes— como “La aldea de los genios”. He tenido la suerte de conocer a un chico de 17 años que era capaz de resolver, en un par de minutos, problemas de Física que a mí me llevarían media hora como mínimo. Disfrutamos a otro que, además de llevar sus estudios con una media cercana al sobresaliente, habla inglés y toca el violonchelo, la guitarra y juguetea con el piano. Tenemos cuarenta chiquillos que se quedan, un viernes sí y otro no, trabajando en los laboratorios en proyectos de investigación científico-didácticos. Y esto son solo algunos de los ejemplos.

Parte del mérito, por supuesto, lo tienen el grupo de docentes de la zona, que lleva años trabajando duro en estas condiciones tan curiosas; pero estoy seguro de que la genética también tiene que influir en algo. O lo mismo, como dicen los viejos, es el agua de la zona.

Este tipo de alumnado es el que nos tiene que sacar del agujero en el que está metido el país. Sin embargo, se las ven y se las desean para poder llegar a la Universidad en condiciones de igualdad con los chicos de la ciudad. Las ayudas brillan por su ausencia y muchos se quedan en el camino. No podemos desperdiciar a tanta gente brillante, no pueden quedarse a recoger lechugas y ordeñar vacas eternamente. Si las condiciones no cambian estaremos desperdiciando un vivero de talentos como quizás no haya otro en toda nuestra geografía. Una pena. Otra más.

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