Autocine
La imagen ya la han visto: un chico con prolongado tupé estaciona su Cadillac descapotable del 59 frente a la pantalla. Lo rodean otros coches. Él, quita el contacto a su vehículo y a medida que la película avanza va deslizando su brazo por encima de los hombros de la chica, que al principio se muestra fría, con su vestido y peinado sesenteros, pero que al llegar las escenas de terror deja caer su cabeza sobre el hombro de él. Luego, el beso.
Nunca he ido a un autocine pero su dinámica es tan familiar que parecemos haber interiorizado las sensaciones que produce en quienes lo visitan. El cine nos ha permitido, como tantas otras cosas, hacer nuestro algo muy ajeno. Si viajara a EE.UU. buscaría uno de estos recintos, alquilaría un coche antiguo sin capota, gigante y con la tapicería de cuero y probaría.
No es hasta que pasan los años cuando el cine de verano (el de aquí, sin coche) empieza a estar vinculado en nuestro interior a conceptos igualmente potentes como la infancia, el bienestar, lo tradicional. Es decir, que no es hasta crecer y analizar el sentido de las cosas cuando tendemos a valorar el cine de verano. Ningún medio de masas como la televisión o el propio cine se han encargado de inyectarnos ese gusto. La mayoría de aquellos que conozco que aman el cine de verano son ya adultos. Intuyo que, la mayoría, acuden a él por esa mezcla de atractivos climáticos y económicos pero también por una especie de vínculo a la infancia, al recuerdo de quienes nos lo enseñaron por primera vez, al deseo de que los pequeños de la familia acaben también ligados a esta experiencia.
Recuerdo a mi tía Lourdes, llevándonos a los primos a estos cines cordobeses al aire libre, escondidos entre las calles. Recuerdo a José Eugenio pidiendo el bocata de lomo con pimientos con mayonesa en el ambigú. Esos son mis lazos con el cine de verano.
Quizá alguien empiece a pensar que es un buen plano de cine el de un joven ofreciendo a su acompañante un sorbo de cerveza mientras desliza el brazo sobre sus hombros y las salamanquesas atraviesan la pantalla de Fuenseca, Delicias, San Andrés u Olimpia.
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