Javier Jiménez (Córdoba 1976) es un empresario cordobés con más de 25 años de experiencia en los que ha iniciado proyectos de todo tipo en diferentes sectores. Futurista empedernido y adicto a la búsqueda y desarrollo de oportunidades y alianzas estratégicas tanto en el ámbito nacional como internacional. Un líder creativo y optimista con excelentes habilidades para el desarrollo de productos innovadores y mercados basados en tecnología. Actualmente dirige la empresa Grayhats en la que hace consultoría estratégica y de ciberseguridad.
Trabajo de por vida
Primero un poco de contexto. A principios del siglo XX comenzó una lucha de clases que dura hasta hoy. Los contendientes, el obrero (siempre explotado) y el empresario dueño de los medios de producción (siempre un explotador). La Constitución de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFSR), aprobada en julio de 1918, y que emanó de la Revolución Bolchevique liderada por Lenin, constaba de 17 capítulos y 90 artículos y reconocía informalmente a los trabajadores como los gobernantes de Rusia. El Título I recogía la Declaración de los Derechos del “Pueblo Trabajador y Explotado”.
Esta constitución significó un avance mundial sin precedentes en derechos para los trabajadores, en 1922 entró en vigor en la Unión Soviética el nuevo Código de Leyes Laborales, de 192 artículos, que afectaba y regulaba aspectos de la vida laboral como las formas de contratación, subsidios por desempleo, los convenios colectivos, la seguridad social, el aprendizaje y los salarios e indemnizaciones; asimismo se regulaba la jornada de trabajo -que la limitaba a 8 horas diarias- y los tiempos de descanso; los sindicatos y sus órganos en las empresas, las instancias para la resolución de conflictos; y el trabajo de las mujeres y los menores de edad. El trabajo de por vida y en buenas condiciones te lo aseguraba la constitución.
Por otro lado, los bolcheviques no sólo mejoraron las condiciones de vida de los obreros estableciendo la famosa “dictadura del proletariado” sino que a los dueños de los medios de producción -empresarios explotadores- también le dieron lo suyo. Expropiaron y nacionalizaron absolutamente todo, suelo, agua, fábricas, minas y hasta los bancos. En este punto, Lenin y el estado se convirtieron en los dueños de los medios de producción y responsable del bienestar de toda la clase obrera de Rusia, un país inmensamente grande que necesitaba producción “stajanovista” a cholón sólo para poder comer.
Aquí es donde creo que se dieron cuenta de una incómoda verdad; Un obrero que trabaja menos horas y vive mejor es seguramente más feliz pero produce menos. Si no necesitas producir mucho no está mal, pero no era el caso de Rusia. Lenin, obsesionado por la falta de productividad no tardó en darse cuenta del asunto, virar y promulgar el “trabajo a destajo” en el cual se pagaba en función de las “unidades producidas” y acusar de fraude al estado -y enviar a gulags- a todos los que exhibían “vagancia” y no producían lo suficiente. Pero su doctrina política de bienestar del proletariado debía prevalecer de alguna forma y necesitaba “obreros” los cuales disfrutaran de esos beneficios y seguir manteniendo y vendiendo la esencia de la revolución.
Por algún motivo -seguramente por la cercanía entre sindicatos, trabajadores públicos, políticos y gobierno- los derechos y bienestar se quedaron más del lado de los que trabajaban del lado del estado, y el trabajo a destajo, responsabilidad de pagar la fiesta y sacar las castañas del fuego al país, de todos los demás. Esta “asimetría” donde el estado protege mucho a unos -a los suyos- y muy poco a otros puede verse hasta nuestros días.
Después de marcar el contexto histórico, en el artículo de hoy me gustaría discutir una de esas protecciones -a mi juicio obsoletas y sin sentido- que pretenden beneficiar al trabajador pero creo que lo convierte en tremendamente desgraciado. El trabajo seguro y de por vida. Vamos a ello.
Ganarse un trabajo y saber que lo vas a estar haciendo los próximos de 20 a 50 años de tu vida es una condena que reporta más infelicidad que lo contrario a quien la soporta. Las mismas tareas, los mismos clientes, los mismos compañeros.. 40 años.. creo que atenta contra la naturaleza básica del ser humano.
Está demostrado que cuando una persona hace lo mismo durante un cierto tiempo, y además carece de los retos e incentivos adecuados, la motivación desaparece, la persona se siente cautiva y se deprime. Esta depresión se manifiesta internamente en forma de tristeza y frustración primero, e ira después, sentimientos los cuales deben ser soportados y reprimidos a diario. Esto lleva a una situación de salud mental difícil de sostener en el medio y largo plazo.
Si miramos los datos e índices de suicidios, la mayoría de personas que los cometen son clase medio/alta y acomodada, personas que tienen la nevera llena pero carecen de motivación e incentivos. Como me dijo mi psiquiatra una vez, “verás a pocos albañiles tirarse desde una ventana”. Tener problemas, inestabilidad y correr riesgos son de alguna forma la sal, pimienta y por qué no, la guindilla de la vida. Son los ingredientes que activan nuestro motor de supervivencia. Ese motor que nos empuja a hacer más hoy para intentar estar mejor mañana.
Como decía Emilio Duró en sus famosas charlas sobre ilusión y optimismo “hoy día la seguridad mata”.
Pero a veces me autorefuto esta teoría pensando que las personas pueden motivarse tomando retos en su “tiempo libre”. La vida no es el trabajo. Eso nos gusta pensar pero sí que lo es en una buena parte del día. Nuestro trabajo nos define, a la pregunta “¿y tú a qué te dedicas?” O “¿ y tú qué eres?” Nadie dice “a criar niños” o “gimnasta” o “a salir con mis amigos”. Todo el mundo menciona su trabajo, por el cual le pagan. Ahí es donde está el tomate, el riesgo y la posibilidad de mejorar o perder tu medio de vida. A tu cerebro lo puedes engañar pero a tu estómago no.
Y lo peor de este tipo de seguros de por vida no es la falta de castigo si se hacen las cosas mal, eso pasa pocas veces. Es la ausencia de recompensa cuando se hacen bien. La falta de movilidad provoca claustrofobia laboral, no se puede ir hacia abajo pero tampoco hacia arriba.
Como conclusión creo que debemos evolucionar doctrinas que se crearon en un contexto de hace 100 años. El obrero no siempre está explotado ni el empresario es siempre burgés y su objetivo es putear a los trabajadores para hacerse (más) rico, de hecho hoy día es mayoritariamente lo contrario en ambos casos. Como persona trabajadora, la motivación de superar un nuevo reto es el motor que me hace levantarme cada mañana y en el punto medio está la virtud, ni que tenga que dar la vida para llegar a fin de mes, ni que me “solucionen la vida” de por vida.
Sobre este blog
Javier Jiménez (Córdoba 1976) es un empresario cordobés con más de 25 años de experiencia en los que ha iniciado proyectos de todo tipo en diferentes sectores. Futurista empedernido y adicto a la búsqueda y desarrollo de oportunidades y alianzas estratégicas tanto en el ámbito nacional como internacional. Un líder creativo y optimista con excelentes habilidades para el desarrollo de productos innovadores y mercados basados en tecnología. Actualmente dirige la empresa Grayhats en la que hace consultoría estratégica y de ciberseguridad.
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