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Los taxistas luditas

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Alfonso Alba

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Vengo de una familia de taxistas. Mi abuelo lo fue. Y lo son mis tíos y mis primos. No he conducido un taxi en mi vida, he tomado pocos y pienso que siguen siendo un servicio público necesario. Y quizás el último reducto de una lucha de clases que muchos de ellos creo que ni siquiera saben que están luchando.

Al principio de la revolución industrial, en la Inglaterra del siglo XIX, surgió el ludismo. O luddismo. Lo hemos estudiado en Historia en todos los institutos. Eran aquellos trabajadores que se quedaban en paro por la tecnificación de los sistemas productivos. Los luditas se hicieron famosos por arrasar los telares de media Inglaterra. Las máquinas de vapor los arrojaba al paro. Y los trabajadores reaccionaron atentando contra las máquinas. Si las inutilizaban, volverían a trabajar.

Históricamente se han descalificado a los luditas como unos salvajes en contra del progreso. Por eso, porque rompían las máquinas que los condenaban al hambre. ¿Qué habríamos hecho nosotros en su situación? Yo lo tengo claro. Probablemente lo mismo. Aunque después su majestad me mandase un ejército de 12.000 soldados.

Pero no. No eran unos salvajes. Eran un reducto de la lucha de clases en una época en la que se prohibieron los sindicatos. Ya saben. La historia no es lineal. Vamos y venimos. Avanzamos y retrocedemos. Los derechos laborales y sociales, igual. Nada de lo conquistado ayer es para siempre si no se defiende. Creo que los taxistas están en esa lucha. Con muchas contradicciones. Y me explico.

El sector del taxi es quizás uno de los sectores más unidos (más de lo que parece) y concienciados de España. Y conscientes. Saben que Uber y Cabify acabarán con su trabajo. Y han decidido que eso no pase. Uber y Cabify son implacables. Son multinacionales de servicios que ofrecen unas calidades a los clientes frente a las que es muy difícil competir. Un ejemplo: en Madrid puedes pedir un Uber, elegir la música o la radio que tendrá el coche, que te hable o no el conductor, saber por dónde viene el coche, a qué hora llegar, cuánto tardará, qué te va a cobrar y pagar con tarjeta. El sector tradicional del taxi quiere igualarse a estos servicios. Pero de momento es lento, es un proceso caro y requiere de un cambio absoluto en la forma de trabajar. Renovarse o morir. No queda otra. Pero se defienden.

Podrán tener más o menos razón en sus protestas. Sinceramente, en esta ocasión creo que se trata de una chispa que ha saltado y que se ha apagado casi de la misma manera que se encendió: con poco sentido. El debate de fondo es otro y tiene que ver con el sistema económico. ¿Puede un taxista de los que protesta ser liberal? Absolutamente, no. Defienden un sistema económico regulado, a un Estado que controle y evite abusos (sí, también los de su propio sector), que pacte previamente unas buenas condiciones tanto para los conductores como para los clientes. Y eso es una verdadera revolución.

En el actual sistema económico, con este liberalismo salvaje, los taxistas llevan las de perder. Uber y Cabify ganarán tarde o temprano. Lo harán en los juzgados. Ahora lo están haciendo ante los clientes. El sector tiene que reflexionar. Renovarse de manera urgente o renovar más pronto que tarde. Y seguir luchando porque un taxista de los que se pasa 12 horas al día al volante siga teniendo unas condiciones dignas. Para un sector unido y con conciencia que hay en España habrá que celebrarlo. Aunque en otras cosas no estemos de acuerdo.

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