Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
El tabaco del siglo XXI
El éxito de este periódico se debe a las redes sociales. Si en el año 2012 no hubiesen irrumpido, como lo estaban haciendo, Facebook y Twitter habría sido impensable poner en pie un proyecto así. Sin una importante financiación detrás, sin enormes campañas publicitarias, sin una estructura. Imposible. El eco y el alcance que nos dieron las redes sociales nos hicieron llegar hasta cualquier hogar cordobés, que nos convirtió en referencia informativa. Obviamente, gracias al enorme trabajo del equipo de Cordópolis, a esas jornadas interminables, a esa apuesta por un periodismo distinto pero esencial, en el que siempre se buscó el rigor y la seriedad.
Las redes fueron nuestro altavoz, multiplicado por sus usuarios, que replicaban y comentaban nuestras noticias. Hace 12 años, las redes eran otra cosa. Twitter era un lugar divertido, con su punto canalla pero en el que se aprendía mucho. Facebook tenía un cierto punto entrañable, sentimental pero donde también era fácil informar y llegar a un público que iba en aumento.
Pero algo se rompió.
No sé exactamente cuándo pero sí cómo: por la adicción. En un sistema económico en el que siempre hay que crecer, los propietarios de las redes sociales entendieron que solo había una manera de hacerlo: que los usuarios pasaran cada vez más tiempo con ellos. Y para lograrlo el fin justificó los medios. El algoritmo, que es privado, se transformó. Y cada vez más comenzaron a salirnos extraños comentarios.
Los sociólogos saben cómo funciona la condición humana y también qué es lo que más nos llama la atención. Curiosamente, casi nunca es nada bueno. Al contrario. Ocurre cuando vamos en el coche y nos encontramos con un accidente de tráfico. Para la inmensa mayoría es difícil no mirar. En las redes pasa lo mismo: lo malo, lo chungo, una pelea, un comentario bestia, un insulto, una barbaridad, es lo que acaba llamando la atención y lo que al final se viraliza.
Que a nadie le extrañe, pues, si cada vez ve más vídeos de peleas, de accidentes, de sucesos en sus algoritmos y reels. Tampoco que la red se inunde de bulos y noticias falsas, que siempre van a ser más llamativos que la verdad y, por tanto, más viralizables.
Hay estudios que empiezan a vincular el creciente aumento de las enfermedades mentales, especialmente entre los jóvenes, con la eclosión de las redes sociales. Esa salvaje exposición pública que tienen ahora los adolescentes no es baladí. Tiempos pasados nunca fueron mejores, pero alguien que sufría acoso lo hacía ante un grupo reducido. Ahora, el acoso, quizás menos violento pero sí mucho más sutil, puede alcanzar dimensiones extraordinarias.
Pero las redes están quebrando el debate público. Vemos como solo a través de redes sociales ha surgido una agrupación de electores experta en la propagación de bulos que de repente tiene representación en el Parlamento Europeo. Alvise apenas había salido en los medios de comunicación tradicionales y ha obtenido 800.000 votos solo por su enorme viralidad en redes sociales, donde no hay filtro, donde, no lo llamen censura, nadie acaba tirando a la basura un contenido que es, precisamente, un residuo tóxico de alta peligrosidad social.
Como el tabaco en el siglo XX, nos va a costar asumir que las redes son perjudiciales para la salud social y que hay que regularlas, tarde o temprano. Lo menos que hay que exigir son algoritmos públicos y transparentes, donde acabemos con esos aditivos en forma de código que hacen que no podamos parar de actualizar nuestras redes sociales, que demanden tanto nuestra atención que acaben alineándonos más que nada en la historia de la humanidad.
Sobre este blog
Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
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