Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
Rehabitar Córdoba
Hace más de 15 años que en la Gerencia Municipal de Urbanismo del Ayuntamiento de Córdoba, que tenía una oficina de Casco Histórico, ya se planteaba el gran problema del centro de la ciudad: que poco a poco los ciudadanos se marchaban y dejaban paso a los turistas. Entonces no existía aún el fenómeno del Airbnb y había bastantes menos hoteles. La ciudad andaba lejos del millón de turistas que ahora supera todos los años. Pero el casco histórico vivía un progresivo proceso de deterioro por varios factores, entre ellos el turismo.
Esta semana se ha celebrado en Córdoba la asamblea mundial de las ciudades patrimonio, un club selecto, un lugar en el que para entrar tienes que tener alguna declaración de Patrimonio Mundial por la Unesco. En España solo hay 15 ciudades con ese marchamo, que no son precisamente las más castigadas por el turismo, aunque también.
Hace 15 años, aquel proyecto tenía un nombre: Rehabita Córdoba. Y se inspiraba en políticas de otros cascos históricos con problemas similares, solo que en Europa. Ya entonces se señalaba que la gran amenaza sería acabar convertidos en parques temáticos, sin vecinos de verdad, sin vida, solo con turistas.
Hace 15 años la Judería era un barrio. Aún había tiendas de ultramarinos, kioscos de prensa, asociaciones de vecinos, saludos a conocidos por la calle. Tenía sus problemas, claro. Salir a tirar la basura era sortear a los turistas. Tirarla, de hecho, era complicado y había zonas donde aún se dejaban las bolsas en las esquinas como en los años ochenta. La movilidad era compleja y el uso del coche absurdo. Poco a poco, la gente mayor se fue marchando, antes de que la vivienda se convirtiese en un negocio. Los pisos de alquiler se pusieron en Airbnb, las viviendas en propiedad se alquilaron a turistas. Y la Judería se vació de gente que vivía allí y se llenó de turistas.
El plan, entonces, pasaba por intentar hacer lo posible por volver a hacer atractivo el casco histórico para la vida de la gente. Y a poco que se intentase ya se sabía que iba a tener éxito. De hecho, iba a ser la gente la que contribuiría a evitar el deterioro de una zona patrimonial, que necesita seguir viva para trascender por los siglos de los siglos, como nos ha sido legada. No serán los turistas los que cuiden (y paguen las obras) de las calles, los que protesten si no hay limpieza, los que organicen fiestas, los que conserven las tradiciones o se inventen modernidades. Los que disfruten, los que sean capaces de recorrer con los ojos cerrados los laberintos de la Judería, los que recuerden historias, a personas que vivieron en aquella u otra cosa.
No, será la gente, la que un día nació en el “barrio de la Catedral”, la que conoció antiguos oficios que ya han desaparecido, la que salía en las fotos de los turistas que revelaban sus carretes Kodak, los que nos legaron esa Judería que ahora disfrutamos pero que ya estamos perdiendo.
El plan, insisto, no era tan difícil. Pasaba por hacer accesible la vivienda, por mejorar la calidad de vida y por escuchar a la gente. Los que hemos decidido vivir en el casco histórico hemos hecho una especie de acto de fe, ya estamos convencidos y nos conformamos con poco. No dejen que se siga marchando la gente, que vuelva a producirse un éxodo masivo como el de los años sesenta. Aunque aquel fue muy diferente.
Sobre este blog
Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
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