Rafi

Hay muchas formas de entender la política. Y de hacerla. Se puede entender como un servicio público, en el sentido griego de la palabra. Una manera de entrar a gestionar las cosas de todos durante un tiempo. Y se puede hacer de una manera a la que quizás no estemos acostumbrados, con diálogo, con empatía y con una sonrisa.

Joaquín Dobladez recordaba la sonrisa de Rafi y creo que cuando la evocaba todos la imaginábamos. Era una sonrisa empática, que sabía ponerse en el lugar del diferente. Y a lo largo de su vida laboral y política Rafi trató con muchos diferentes.

No es una frase hecha de las personas que ya no están, pero es muy difícil encontrar a alguien que criticase o hablase mal de Rafi Valenzuela. Y eso que navegó sobre un espinoso mar, el de la cultura, cainita como pocos.

Rafi entró y salió de la política, pero siempre fue una militante activa de la cultura. Su papel en los primeros talleres de poesía del Potro es clave para entender lo que luego germinó en Córdoba y quizás se ha reivindicado poco. Pero no solo. Fue delegada de Cultura cuando más amenazada estuvo Medina Azahara y cuando más batalla había que presentar. Y le debemos mucho más de lo que nunca le dijimos por todo ese trabajo de despacho, oscuro y desagradecido, que tantos disgustos nos evitó.

Este viernes, el hall de la Subdelegación del Gobierno estaba lleno de amigas y amigos, pero también de supuestos rivales políticos. Creo que no hubo ninguno que tuviese queja alguna sobre su trato, su cariño y su respeto.

En estos tiempos de locura, de una rivalidad futbolística en la política, de cierto guerracivilismo, se van a echar mucho de menos perfiles como los de Rafi, mujeres en el poder que puedan desarmarte con una sonrisa.