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Sobre este blog

Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.

Latrocinio patrio

Luis Rubiales, expresidente de la RFEF, durante un acto

Alfonso Alba

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Con todo lo que hemos leído (y escrito) en los últimos años, aún hoy me sigue sorprendiendo que haya quien se sienta tan impune como para presentarle a Hacienda facturas falsas para no pagar impuestos sabiendo que es un delito fiscal, como el novio de Isabel Díaz Ayuso, o que decida desviar dinero público a su bolsillo, como en el caso Koldo o el que acaba de estallar ahora en torno a la Federación Española de Fútbol. Son dos maneras de transformar el dinero público en privado bastante burdas, aunque rápidas. Y son unas maneras que, al menos de esta forma tan descarada, ya sabemos cómo acaba: con unos señores guardias civiles sacando cajas de cartón de tu casa o empresa.

El castigo mediático a los corruptos, mucho antes de ser juzgados y condenados, es salvaje. Horas y horas de televisión y radio, páginas y páginas de prensa, miles de comentarios en redes sociales. Pero a pesar de que sabes que hay grandes posibilidades de que les pillen se sigue robando de manera impune. Al menos supuestamente.

Me he leído el sumario del caso Koldo, he seguido con mucha atención las informaciones publicadas del caso del novio de Ayuso y ahora también lo que ha ocurrido en la Federación de Fútbol. Si hay un denominador común es que hasta para robar hay que saber. Viendo cómo se han comportado sus protagonistas lo extraño habría sido que no los pillaran y salieran impunes. Nada de jugadas maestras, de sesudos diseños para evitar a Hacienda. En el caso Koldo, comisiones ilegales invertidas en ladrillo con casas a nombre hasta de bebés. En el del novio de Ayuso presentando unas facturas falsas a una Hacienda que se las sabe todas. Y lo de Rubiales se olía a legua.

Muchas veces pienso si las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado acaban detectando la mayor parte de la corrupción que existe. O si esto es solo la punta del iceberg, que nos roban por encima de nuestras posibilidades. Siempre quiero pensar en lo primero y me deprimo cuando me inclino por lo segundo.

En política es difícil enriquecerse. Si alguien entra a formar parte de la administración pública debe saber que nunca podrá comprarse un chalet de millones de euros o un Ferrari. Y el que lo haga, aunque sea todo un presidente de comunidad autónoma, o ya era rico o es que esconde algo. Los representantes públicos no tienen sueldos bajos, no malviven, y creo que están justamente pagados. Pero desde luego están a años luz de lo que facturan los directivos de las principales empresas españolas, con los que tarde o temprano acaban codeándose. Por eso, quizás, muchos acaben en sus consejos de administración, en esas puertas giratorias donde cobran lo que no percibieron cuando eran cargos públicos.

A la política, por tanto, se debe ir a servir y a cambiar las cosas, a buscar el beneficio común y no el propio, a gestionar lo que es tuyo pero de todos. Y si alguien busca hacerse rico en poco tiempo debería saber que este es el último sitio donde va a hacerlo de forma legal.

En capitales de provincia, no en grandes ciudades, se suele ver a aquel que de repente empieza a llevar un nivel de vida que no nos cuadra. Por eso quiero pensar que al menos aquí nos podemos dar cuenta antes de estas cosas y atajar uno de los peores males para la democracia, y que más la ponen en riesgo: que acabemos pensando que todo el mundo ha llegado para robar y que nos da igual, por tanto, hasta votar. Otras veces pienso que eso es quizás lo que algunos buscan.

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Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.

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