Una historia de éxito por amor al arte

Cuando crece el pesimismo y la incertidumbre, cuando todo parece que va de mal en peor, se abren espacios de luz y esperanza en el horizonte, triunfos de la lucha colectiva y éxitos por amor al arte.

En abril del año pasado murió Martín Cañuelo, un empresario de otra época, otro de esos seres de luz que alegraba los veranos cordobeses, que se jugaba el patrimonio por hacernos felices, por darnos una bocanada de aire fresco cuando más nos asfixiaba el estío. La llegada del cine de verano siempre era motivo de alegría y una buena noticia. Esperábamos la programación como niños pequeños y buscábamos esos guiños que Martín le hacía a los cinéfilos, a los muy cafeteros. Y se daba el gusto, incluso, de jugarse una mala taquilla a una de esas películas de autor.

Su repentina muerte nos dejó sin cine de verano el año pasado, como aquel estío de la pandemia. Y su pérdida ha puesto en riesgo verdadero la continuación de una tradición muy singular de Córdoba, algo que, como muchas otras cosas de esta ciudad, no ocurre en otra parte: disfrutar de una película en un cine de verano de un casco histórico tan rico como Córdoba debería ser un Bien de Interés Cultural a no más tardar.

Pero sí, este año habrá cine de verano. Se ha logrado gracias al empeño personal de los herederos de Martín Cañuelo, que han sorteado y aguantado carros y carretas. Y al entusiasmo de un empresario de Córdoba, Antonio Amil, que viene del mundo de la exportación y la gastronomía, pero que también ama el cine.

Pero desde luego los cines de verano siguen vivos también por la movilización ciudadana, por la presión de los vecinos del casco histórico, por los amantes del cine, por los amigos de Martín, por su familia y por toda la gente que ha hecho todo lo posible porque esos enormes espacios del casco histórico no se conviertan en solares en ruinas que dentro de unos años se transformasen en objeto de deseo de la especulación inmobiliaria.