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Deconstrucción andaluza

Alfonso Alba

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Nací en mayo de 1980, apenas tres meses después de aquel 28F que hoy se celebra y que hace que este domingo sea festivo. Por tanto, soy de esos niños que se aprendió el himno de Andalucía en el colegio, que dibujó banderas blancas y verdes, y que hasta asistió a fiestas en las que las niñas iban vestidas de gitana y donde se cantaba flamenco.

Quizás porque todo está en la infancia, reconozco que tras la Marsellesa y probablemente el italiano (más por su alegría que por otra cosa) hay pocos himnos que me gusten más que el andaluz. El “Andaluces levantaos, pedid tierra y libertad” es quizás lo más revolucionario y más verdadero que se ha escrito nunca en esta tierra.

Pero como ocurre con el cristianismo (una religión para los pobres y con un mensaje claramente revolucionario, pero que siempre ha sido defendida por los ricos), el himno de Andalucía se canta en vano. La tierra y la libertad que pedía Blas Infante en 1936 era la misma que aquella por la que se dejaban la vida los jornaleros anarquistas andaluces desde mediados del siglo XIX. Hoy, esa estrofa, es cantada en colegios, en institutos y hasta en la sede del Parlamento, pero nadie ha hecho nada por, primero, levantarse, y, segundo, pedir la tierra y después la libertad.

Otra de mis partes favoritas es la de “volver a ser lo que fuimos”. Estaría bien si supiéramos qué fuimos, si es que alguna vez fuimos algo. Para empezar, y hasta 1980, Andalucía no fue nada. Andalucía no fue Al Andalus (no, aquello era otra cosa). En su esplendor más reciente, el del siglo XVII, con la Sevilla más cosmopolita que se conoce, Andalucía tampoco era nada. Era Castilla, dividida en los reinos de Sevilla, Córdoba, Jaén y Granada. O sea, que no me entero.

Vale, es un himno, pero lo de “la bandera blanca y verde/vuelve, tras siglos de guerra/a decir paz y esperanza,/bajo el sol de nuestra tierra” también me deja un poco de aquella manera. Más allá de los “siglos de guerra”, lo del regreso de la bandera blanca y verde tampoco me convence. El diseño de la bandera (alguien me dijo una vez que era la más antigua de Europa Occidental) lo hizo el propio Blas Infante, inspirado en una manifestación de mujeres en Casares. Por tanto, la bandera no vuelve, sino que llega al sol de nuestra tierra a decir “paz y esperanza”. Al menos, ahí, Blas Infante tenía mucha razón.

No viví las movilizaciones del 4 de diciembre de 1978 ni sentí el espíritu del 28F, pero siempre pensé que allí la gente que se echó a la calle se jugaba mucho más que una idea un tanto confusa de lo que debía ser Andalucía. Aquellas mareas blancas y verdes pedían precisamente esa paz y esa esperanza que escribió Blas Infante 50 años antes, la esperanza en un futuro distinto en que el andaluz aspirase a ser “como el que más” en España, pero en España. Es decir, y nacionalismos aparte, los que salieron a la calle entonces no querían una España a dos velocidades y menos que su tierra se quedara, como se quedó por mucho autogobierno que hubiese, atrás.

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