“La barbarie se combate con conocimiento”
La cita es de Eduardo Manzano, un investigador e historiador del CSIC. Me la dio la semana pasada, durante una entrevista, en la que hablamos de muchas cosas, y también de la relación entre Occidente y Oriente, y cómo está afectando el yihadismo a nuestra percepción del Islam y a esa inmensa parte de la población mundial que sufre esta radicalización.
Desde el mismo viernes por la noche, he visto algunas reacciones más que agresivas en redes sociales sobre cómo tiene que ser la respuesta de Europa ante la salvajada de París. Ayer sabíamos que los terroristas suicidas podían tener entre 15 y 17 años. Bárbaro e impactante. Además, inesperado y hasta paralizante. Ese es el triunfo del terrorismo. París era ayer una ciudad desierta, Europa, un continente en shock, el mundo, un lugar más inseguro que el jueves.
Probablemente, a partir de ahora la respuesta sea militar. Mandaremos armamento por un tubo a Libia y a Siria, y respiraremos cuando veamos la guerra a través de la cámara de un drone que mata yihadistas en un desierto remoto. Ya sabemos que esta política no ha tenido mucho éxito en Irak. Tampoco lo está teniendo en Libia ni tampoco en Siria. Con esta política, se pueden ganar batallas (se descabezan grupos terroristas, que rápidamente son sustituidos por otros que encima son bastante más salvajes) pero nunca se va a ganar la guerra.
Esta guerra se gana con la educación.
En los años 70, las abuelas de las que hoy son niñas en estos países vestían de una manera occidental. Echen un ojo a las redes y verán cómo eran las mujeres que paseaban por Kabul (capital de Afganistán) en esos años. En esa década surgió la primera gran crisis del capitalismo desde la Segunda Guerra Mundial, la llamada crisis del petróleo. Muchos países árabes y otros musulmanes que se financiaban de los suculentos ingresos del oro negro quebraron. Al quebrar, estos países dejaron de poder financiar su educación, su sanidad, de alimentar correctamente a su población. Dejaron literalmente tirados a millones de personas, sin futuro.
Poco a poco, el lugar que no ocupaba el Estado (sus dirigentes se preocupaban más en llenarse sus propios bolsillos que en alimentar a su pueblo) fue poco a poco ocupado por otros. De una manera silenciosa, comenzaron a construirse hospitales, escuelas, economatos y mezquitas. Ay. Sobre todo, mezquitas. Pero, ¿y quién las pagaba? Miren en las camisetas del Madrid o del Barça.
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