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Los números

Alberto Almansa

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Andan las redacciones encadenadas a las convocatorias. Se han acostumbrado al gabinete de prensa que fija hora, día y compareciente. Estos gabinetes y las agencias de noticias están secuestrando el periodismo de calle, de barra de bar, de confidentes en los juzgados. Las notas de prensa se publican en un corta y pega que reproduce incluso las faltas de ortografía que a veces llegan. Se copian literalmente y se dan por buenas cuando quien las manda es una instancia supuestamente solvente. Las fuentes informativas son despachos de estas oficinas que ya mandan, no sólo la nota, sino la foto, el corte de voz y el vídeo que te dan en un pendrive camuflado en una tarjeta de visita de plástico.

Los medios dan por creíbles los comunicados oficiales y no se cuestionan, olvidándose el preceptivo contraste, porque nadie se atreve a cuestionar la información que envía un portavoz oficial. Se va perdiendo la calle, el contacto con la realidad. El teléfono sustituye el contacto directo y el interlocutor interpreta la noticia y la configura a medida. Las redacciones van perdiendo periodistas de oficio que son sustituidos por plumillas que ya no preguntan ni interpretan: transcriben el mensaje y son baratos para los editores que también se han tirado al barro del negocio y el beneficio y se han convertido en empresarios ajenos a la profesión, a la rigurosidad, a la investigación, a la literatura.

Pasé tres horas con los 25 despedidos del Instituto Municipal de Deportes de Córdoba. Acudí a las oficinas donde recibieron la carta de despido y el cheque que los deja vulnerables, desorientados y sin autoestima. LLegué al estadio a medio hacer donde hoy juega el Barcelona. Un edificio inconcluso heredero del esplendor del ladrillo y de las grandes mentiras del progreso de una ciudad espejismo que sólo existe en los panfletos electorales y la propaganda de los agentes sociales, empresariales… Allí en la quinta planta, tuvo lugar el duelo. Uno a uno fueron entrando al despacho donde el liquidador certificaba la condición de despedido y adquirieron en cinco minutos el estatus de víctima de un ERE y parado a la vez. Pasaron a engrosar la legión de desempleados que el capitalismo está arrojando a un país reconvertido en vertedero de personas. Las lágrimas y el orfidal se mezclaron en la angustiosa espera. Un corredor de la muerte laboral, donde el verdugo explicaba que causaban baja por una decisión política, amañada la ley que los tira al INEM por una copla, justificando el ajusticiamiento por un supuesto Plan de Ajuste que es como llaman ahora a la pobreza que van creando, en un modeloque excluye y enloquece a millones.

Conversé con quienes en unos días leeré como las nuevas cifras de los alistados a las oficinas del paro. Vi la cara de quienes serán un porcentaje en la estadística. Conocí sus nombres y supe de sus familiares. Tragué saliva en aquella sala que me recordó a las del tanatorio, donde los deudos se abrazan, se besan y se consuelan. Sentí el dolor y  la rabia contenida de una decisión injusta que esconde un objetivo indecente: la destrucción de un servicio público que gestionará alguna empresa privada afín a quien dijo que “éstos sobraban”.

A la sala  no acudió ningún otro periodista. Un diario envío a un joven fotógrafo de asuntos menores, que cumplió el encargo. La habitación se fue poco a poco despejando. Los represaliados se fueron marchando cabizbajos, en silencio tratando de entender qué había ocurrido para perder el derecho a vivir con dignidad, convirtiéndose en sombras que serán las nuevas cifras del incremento del paro previsto en la próxima comparecencia política.

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