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Terror

Manuel J. Albert

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En la televisión pongo una serie. The Following. La historia de un magnético y atractivo profesor universitario especialista en Edgard Allan Poe que mata a sus víctimas con rocambolescos rituales pseudopoéticos inspirados en el escritor estadounidense.

Un artista.

La historia es trepidante. En cada capítulo, la pandilla a la que dirige a distancia el docente psicópata mata a unos cuántos con una sofisticación y una eficacia que pasman. Y los policías resuelven como pueden. A toda velocidad. Por exigencias del guión y de los tiempos televisivos. Pero casi siempre dan en el clavo, entre infinidad de sufrimientos y muchísimo talento.

En la sala de prensa del juicio a José Bretón, donde escribo esta columna poco antes de que empiece la cuarta vista, recuerdo algo que ya sabemos todos: que la realidad es mucho más terrible, menos barroca y más triste.

El horror, el verdadero, se encuentra en la frialdad de convertir en algo ordinario un hecho extraordinario. Ajeno a todo sentido de la narrativa dramática, el caso Bretón se ha ido desarrollando sin que el témpano de hielo que es el padre de Ruth y José se haya derretido nunca. Su exesposa, Ruth Ortiz, decía ayer que había logrado normalizar aquello que no lo era, convertir en cotidiano el terror y la maldad. Sobrevivir con el maltrato psicológico continuo.

Ese es el ámbito perfecto en el que se mueven los monstruos reales. Los horarios de oficina, el régimen diario de trabajo y ocio, el salón de casa, camuflados en una reunión de amigos, disimulados en la puerta de un colegio como perfectos padres. Los lugares comunes y anónimos.

Y en sus crímenes, se mueven con las mediocres y bastas herramientas que todos tenemos a mano. Desde el insulto y la insidia continua al bofetón. Pero nunca nada en los actos del monstruo suele ser rebuscado. Supuestamente, Bretón mató a sus hijos en una parcela más de las miles que hay en Córdoba, a sus hijos los envenenó con solo unas pocas de las millones de pastillas que se recetan cada día. Y sus cuerpos tal vez desaparecieron en una simple candela.

Una candela.

Demasiado sencillo. No. En la realidad no hay espacio para Poe. Él nunca hubiese escrito algo tan terrorífico.

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