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Domingo

Manuel J. Albert

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La depresión del domingo por la noche. Ahí está el meollo de todo. A partir de las siete de la tarde, mi odio y temor al día en rojo de la semana ha crecido de manera exponencial desde que tengo memoria. Tras la siesta, las horas restantes cercenan mis sentidos, subyugan mis pensamientos, bloquean mis músculos y me amarran al sofá -no importa la incómodo que sea-, obligándome a escribir paridas como esta.

El domingo es, en mi caso, el recordatorio semanal de algún pequeño fracaso. No haber hecho las tareas, no haber estudiado el examen, no haber arreglado la casa. No haber escrito La Estafa. Así, a lo largo de mi vida, los domingos se han encargado, con una puntualidad pasmosa, de atestiguar mi básico y dudoso sentido del orden; mi escasa previsión y, por encima de todo, mi innata vagancia, cultivada en 36 largos y tediosos años.

Tal vez en la etapa adulta, sin clases ni deberes, creía superada mi aversión dominical. A fin de cuentas, mi organización laboral se basa en periodos continuos de dos semanas, siendo el sábado y el que le sigue, más placebos trufados de artículos, que sendas realidades festivas. Así que los domingos alternos se convierten en grises miércoles o jueves mediocres escritos con otro nombre. Pero travestidos de esta forma, parecían haber cauterizado la herida semanal que me ha acompañado toda la vida. O al menos, eso creía.

Porque no ha sido así. La Estafa me ha rejuvenecido y me ha devuelto la depresión infantil. Suple con creces las ristras de ecuaciones de primer y segundo grado que postergaba en EGB hasta que comenzaba la sintonía de Canción triste de Hill street. Gracias a esta columna sé lo que es volver a estar bloqueado frente a la mesa de trabajo, escuchando los chillidos radiofónicos de los comentaristas deportivos en el partido de la jornada. Deseando estar en cualquier otro sitio.

Por eso, desde aquí, pido que me cambien de semana la publicación de esta columna. Por mí y por los lectores. Para que no tengan que volver a leer estupideces como esta.

Aunque llamándose La Estafa, van listos...

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