Vieja política somos todxs
David leyó el resultado de la votación y por allí pasó un ángel que todavía no se ha ido. Se supone que había más ganadores que perdedores, pero parecía que habíamos perdido todxs. 126 a 111 o cosa así, siete meses antes 525 personas habían votado sobre la fórmula de presentación a este proceso, y hace un par de meses 1.500 habían confeccionado la lista a través de la red.
Las cosas habían empezado a empeorar unas cuantas semanas antes, quien ha estado en esas cosas sabe cómo funcionan. De pronto todo costaba mucho, la decisión más irrelevante suponía horas de discusiones sin sentido, aparecía gente desconocida que actuaba de forma extraña, rumores constantes, maledicencias. Nunca han sido fáciles las asambleas, pero ahora la base de confianza se había resentido y ya se apuntaba que todo se solucionaría en un pulso amargo.
El debate fue cualquiera de los que se producían en la izquierda hace tiempo, como si alguien quisiera jugar un tercer tiempo en el que ganar un partido finalizado hace años. De pronto la nueva política se convirtió en algo viejísimo, consistía en crear simbólicamente una gran meretriz de Babilonia en torno a la cual nos situábamos todos como jueces y juezas que dictaminábamos todo tipo de horrores: falsedad, corrupción, abuso, deslealtad, todas ellas congénitas e irreparables. La existencia de la meretriz, todo un compendio de maldades, nos convertía a nosotrxs automáticamente en un compendio de virtudes. La clave de la eficacia de esta construcción es transmitir que está ahí fuera, y contra ella todos unidos, pero que también tiene presencia dentro, y así ya está instaurado el miedo y la posibilidad de las razias, un clásico en cualquier partido y un arte en los de izquierdas. Esto ocurre con un viejo aire de izquierdocristianismo que bueno será pararnos a analizar en otro momento.
Se sucedieron las intervenciones de todo tipo, aunque las agresivas y amenazantes cayeron del mismo lado, el ambiente de tantas veces, un debate de partido pequeño, de primos que se marcan y pierden de vista lo que realmente espera la gente de ellos. Aquello acabó y a nuestrxs concejalxs, cuatro personas valiosas, honradas y capaces, les cuesta sonreir hasta para las fotos.
Pensábamos erróneamente que la nueva política era una obligación de cambio para los grandes partidos y de pronto hemos descubierto que nadie tiene la exclusiva de nada, que creernos mejores no hace que lo seamos, que llevamos aire fresco y una nueva mirada, pero también taras, resentimientos, viejas prácticas. En la vieja política los partidos están obligados al maniqueísmo y sería genial que ese fuera uno de los cambios de este nuevo tiempo, el reconocimiento de los límites, de las virtudes allá donde estén, y dejar las excusas, la justificación de una impotencia que está solo en nuestras cabezas, todo trufado de términos hermosos y hueros, diminutivos colaborativos y generosos, divinas palabras.
No se trata de reciclar una y otra vez los mismos elementos, más bien, como escribía hace días Santiago Alba Rico “la gente está demandado mucho menos la unidad de la izquierda que su desaparición. Lo que abrió Podemos fue justamente el espacio donde la izquierda puede y debe desaparecer (o ”extinguirse“, como decía Lenin del Estado) para poder por fin aplicar sus programas”. Hemos sido muy rápidos en identificar las lacras de los grandes partidos y dado por hecho que nosotrxs estábamos en lo cierto, que por fin era nuestro momento, sin caer en que la desaparición de nuestros adversarios nos lleva a nosotros también por delante. La nueva política es una tarea que no ha hecho más que empezar y en la que nadie tiene bula papal por responder a unas siglas u otras, una enseñanza dura, porque siendo el pueblo elegido se vivía mejor.
Nota: En la imagen un momento de la celebración de la Asamblea de Ganemos Córdoba
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