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Niñ@s en columpio

Fotografía: Daniel González De Mingo

Ángel Ramírez

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José Duarte ha dedicado buena parte de su vida a pintar nuestro miedo principal, la soledad. La soledad quizás sea la materia primera de la que estamos constituidos, y el miedo a ella o su evitación el motor que motiva casi todo lo que hacemos. Ves los niños en esos páramos que rodean edificios de viviendas sociales, o parques infantiles, con monjas de rostro varonil, y tod@s parecen ausentes. En los cuadros de Duarte todo es paisaje, imágenes aisladas que aparecen distantes de los personajes, que miran al observador o a ningún sitio, como si la vida misma fuera ese desamparo y lo demás puro decorado.

La comisaria de la exposición Angustias Freijo nos plantea una lectura histórica del trabajo del autor, con relatos en cada sala de algunos de los principales hechos coetáneos ocurridos en el mundo, creando un contexto interpretativo de su obra, un contexto que tiene valor precisamente por su irrelevancia. Así, sigue uno la evolución de Duarte y llega hasta los luminosos 80, llenos de brillantes chalets californianos, con césped y piscinas y espera en vano que desaparezca la desolación. Los cuerpos, ahora con el brillo de la opulencia, siguen gravitando, incapaces de cruzar la mirada, de convertirse en parte de un sitio y un momento. Curiosamente, sólo cuando pinta objetos (el sacacorchos y el zapato de mujer) el espíritu es claramente desenfadado y divertido, despojándose de su carácter existencial. Veo una fotografía de José Duarte el día de la inauguración de la exposición y su propia obra parece ajena, y él transmite sabiduría e inteligencia.

¿Por qué disfrutamos viendo lo que nunca queremos ver, lo que nos afanamos en ocultar en todo momento? Quizás nos fascina por eso la belleza, porque nos permite hablar de lo que no se puede hablar. Pienso en esa paradoja y me fijo en esos niños que se balancean en columpios en los cuadros de Duarte. Visten ropas ajadas y muestran una mueca difícil de interpretar, unos rostros que recuerdan a Solana, esperpénticos y no sabemos si entusiastas o dramáticos. Allí están los columpios para que nos subamos, en la Sala Vimcorsa, en la calle Jesús y María, con sus terrazas y los coloridos escaparates de los comercios.

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