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Sonreír y sonreír bajo un cielo mudo

Alfonso Alba

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En las próximas semanas nuestros sentidos, singularmente la vista y el oído, se van a saturar de discursos, proclamas y consignas. La tropa política y los aspirantes a serlo van a estar muy atareados. Los informativos afines reventarán de imágenes, los otros informativos reventarán de las mismas imágenes con comentarios. La prensa escrita simulará que está dividida (una vieja puesta en escena para entretenernos). Varios cientos de criaturas estarán desasosegados esperando alguna prebenda, alguna migaja (ellos lo denominan cargo). Entre ellos los habrá que recuerden sus fatigas incesantes; sus silencios; sus traiciones en su debido momento. Otros mostrarán desnudos sus currículum y ambiciones (el tiempo pasa muy deprisa). Volverán las sonrisas públicas y publicitadas. Siempre las sonrisas. Ni una palabra ni un gesto ni un discurso que no vaya acompañado de su respectiva sonrisa (la psicología, el marketing, la publicidad y la propaganda avalan este gesto como obligatorio e insoslayable). Habría que recordar, una vez más, las palabras de Hamlet cuando asegura: Uno puede sonreír y sonreír y, sin embargo, ser un canalla (That one smile, and smile, and be a villain) (Hamlet I, 5). En las próximas semanas vamos a escuchar que todo va a cambiar(y si no cambia será por culpa de los otros), que se inaugura un nuevo (y difícil) tiempo, que... Una vez más (van millones) lo verdadero y lo falso se volverán a confundir. Las imágenes dibujarán una aurora mientras comprobamos, con solo mirar hacia arriba, que cada día es un día aciago. Paralelamente a este espectáculo nuestros campos y nuestras ciudades ven que los matojos y los mendigos crecen. Mientras el cielo permanece mudo, generaciones de hombres y mujeres

aparecemos y desaparecemos en la vida, con la sensación de que solo vamos acumulando errores advertidos tarde. La solución que se nos ofrece es un ejercicio de abandono del pensamiento (fuente de todo tipo de males). Si no es posible dejar de pensar del todo se nos sugiere pensar lo menos posible. Lo menos posible se identifica y reduce al estómago propio, el bolsillo propio y la bragueta, naturalmente, propia (no tiene por qué ser en ese orden). Todo lo demás hay que dejarlo en manos de expertos. Así reducidos a la nada con interés (el bolsillo) podremos resistir y escapar.

Nota: mi hijo y yo llevamos varios días sentándonos en el alféizar de la ventana y comentando los diferentes sonidos que hemos escuchado este verano: los gorriones, los grillos, la respiración de Sancho, un enorme perro que acabamos de conocer... Nos reímos cuando intentamos reproducir

esos mismos sonidos. Hemos decidido esperar a que pasen estas próximas semanas para reproducir el sonido de las chicharras. Mientras tanto no paramos de pensar y hablar de Constantinopla, Bizancio y Estambul. Aunque el cielo esté mudo, ¡nosotros no!

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