Mezquita
Los forasteros forjados en el exilio y en la diáspora suelen fijarse solo en lo que realmente importa y pesa poco. Los forasteros viven en la memoria (no tienen tiempo para mucho más). Como diría María Zambrano: somos memoria que rescata. Somos como los planos cinematográficos que nos acompañan toda la vida. A las ciudades les ocurre algo parecido. Sus naufragios se parecen mucho a los nuestros. Como a nosotros les basta un solo verdugo para que la sentencia se ejecute. Como nosotros, verdaderos palimpsestos, las ciudades son memoria (a veces podrían ser, si se lo proponen, memoria de futuro). Una piedra, una silueta, una palabra, una huella, un dolor basta para que una ciudad arraigue en la memoria. Cuando una imagen, acompañada por la palabra que la nombra, se asocia a una ciudad, irremediablemente esta se instala en la historia y en la memoria. En Córdoba esta relación simbólica la tiene una palabra transmutada, cada vez que se nombra, en una imagen: ¡Mezquita!. Alentar y atentar contra ella es un bárbaro (y estúpido) ejercicio de memoricidio.
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