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El colibrí y el jaguar: una lección de compromiso político para tiempos de crisis

El día en que murió Mujica, escuché en la Cadena SER el siguiente relato:
Un día hubo un enorme incendio en la selva. Todos los animales huían despavoridos. El fuego era terrible y de pronto, en su huida, un jaguar vio pasar sobre su cabeza volando a un colibrí, pero en la dirección contraria. Volaba hacia el fuego.
El colibrí volvió a pasar por encima del jaguar, pero esta vez en su misma dirección hacia el río.
Extrañado, el jaguar se paró a mirar al colibrí y pudo ver cómo el colibrí iba del río al interior de la selva, hacia el fuego y del fuego hacia el río varias veces hasta que el jaguar le preguntó:
“¿Qué haces, colibrí?”. Y le decía: “Voy al lago, tomo agua con el pico y la echo en el fuego para apagar el incendio”.
El jaguar le sonrió y le dijo: “Estás loco, ¿crees que vas a conseguir apagarlo solo con tu pequeño pico?”.
Y entonces el colibrí le respondió: "No. Ya sé que yo solo no puedo, pero hago mi parte”.
Este cuento guaraní, sencillo y profundo, circula desde hace generaciones en la tradición oral sudamericana. Hoy, su mensaje resuena con fuerza en una sociedad que enfrenta sus propios incendios: la desigualdad, la pobreza, la corrupción y la exclusión. Problemas que, como el fuego de la selva, parecen demasiado grandes para ser combatidos por una sola persona. Sin embargo, el colibrí nos recuerda que cada acción, por pequeña que sea, importa.
En tiempos de desencanto, la política suele verse como un terreno ajeno, reservado para unos pocos. Pero la política, en su sentido más amplio, es el espacio donde se decide el destino común: cómo se distribuyen los recursos, quién accede a derechos y oportunidades, quién queda al margen. La indiferencia, como el miedo de los animales del cuento, solo alimenta las llamas.
El compromiso político no se agota en el voto. Implica informarse, debatir, exigir transparencia, participar en movimientos sociales, denunciar abusos y proponer alternativas. Es, en definitiva, asumir que la mejora de la vida colectiva depende de la implicación activa de la ciudadanía.
Según datos recientes de organismos internacionales, la brecha entre ricos y pobres sigue creciendo en buena parte del mundo. El acceso a la educación, la salud, la vivienda y el trabajo digno sigue siendo un privilegio para millones, no un derecho garantizado. Estas desigualdades no son fruto del azar, sino de decisiones políticas acumuladas a lo largo del tiempo.
Corregirlas requiere la suma de muchos esfuerzos. La historia demuestra que los grandes avances sociales –el voto femenino, la abolición de la esclavitud, la educación pública, los derechos laborales– no fueron concesiones generosas de los poderosos, sino conquistas de personas que, como el colibrí, decidieron hacer su parte.
La injusticia, como el incendio de la selva, puede parecer invencible. Pero la acción colectiva tiene un poder transformador. Cuando la ciudadanía se organiza, exige y propone, la política cambia. Ejemplos sobran: desde la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos hasta los movimientos por la igualdad de género en todo el mundo.
No basta con indignarse ante la corrupción o la exclusión. Es necesario involucrarse, construir redes de solidaridad, exigir rendición de cuentas y educar en valores democráticos. El compromiso político es una tarea cotidiana, que se expresa en pequeños y grandes gestos: desde firmar una petición hasta participar en una asamblea vecinal, desde denunciar una injusticia hasta educar en el respeto y la empatía.
El colibrí no actúa por ingenuidad, sino por esperanza. Sabe que su esfuerzo, aunque pequeño, tiene sentido. La esperanza activa es el motor del cambio social: no se trata de esperar milagros, sino de construir, paso a paso, el mundo que queremos habitar. Cada gota cuenta, cada gesto suma.
En tiempos de crisis, cuando la tentación del individualismo y el desencanto acechan, la lección del colibrí es más necesaria que nunca. No se trata de salvar el mundo en solitario, sino de asumir la responsabilidad de hacer lo que está en nuestras manos, confiando en que otros harán lo mismo.
El verdadero incendio es la indiferencia. El verdadero peligro, la resignación. El cuento guaraní del colibrí y el jaguar nos invita a no ser espectadores pasivos ante los desafíos de nuestro tiempo. Nos llama a comprometernos políticamente, a sumar nuestras gotas de agua para apagar los fuegos de la injusticia y la desigualdad.
El cambio social no es obra de héroes solitarios, sino de comunidades que deciden hacer su parte. Porque, al final, la esperanza se construye entre todos.
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