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Aullar con los lobos o perder la razón

Alfonso Alba

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Ulrich Anders es el protagonista de la sorprendente (y olvidada) novela de Robert Musil, El hombre sin atributos. Es un hombre desencantado con la realidad. Es un antihéroe, desolado e incapaz de actuar como se espera. Reivindicando solo su propia disponibilidad pone nerviosos a los simples (y conservadores) y, también, a los modernos que solo aspiran al éxito y al triunfo (cueste lo que cueste). Ulrich tiene verdadera pasión por conocer y en esta deriva va desatendiendo todo aquello que tiene que ver, oficialmente, con la vida. Con la realidad existente. Percibe a su alrededor charlatanes y más charlatanes (algunos ciertamente peligrosos). El hombre sin atributos de Musil (la narración de un enorme incendio que aun está latente) comenzó a escribirse con la primera gran crisis del capitalismo (1930) y se finalizó (la muerte apareció como colofón) dos años antes del derrumbe del nazismo (1943). En estos tiempos de abaratamiento de las ideas (convertidas en propaganda) vuelven a aparecer charlatanes, dispuestos a contarnos y vendernos milagrosos linimentos. Nos vamos acostumbrando a ellos (como al calor del verano). Cada vez nos causa menos sorpresa ver y oír a quienes construyeron su vida jurando, una y otra vez, que no querían limosnas, encontrarlos ahora apostados en la puerta de cualquier iglesia pidiendo... limosnas. Todos ellos responden a ese agobiante afán totalizador de las ideologías (tan detestado por Musil y tan despreciado por Ulrich).

Ulrich sabe que a los charlatanes se les van cayendo las mascaras cuando están a punto de caducar. Como los años vencidos. Como los años cumplidos. Y el temor a desvelar el verdadero rostro los inunda. Ulrich llega a la conclusión de que solo nos quedan dos posibilidades: o aullar con los lobos o perder la razón. Formar parte de las manadas o enloquecer. ¡Ay! Ya sé que, necesariamente, tiene que haber otras posibilidades. Que esto es solo un escrito. Que la vida requiere de un continuo esfuerzo de... No borrar huellas es mi ejercicio de pérdida de razón (lo prefiero a aullar con los lobos en las manadas). Clarisse (un amor inacabado de Ulrich) me sirve de muleta cuando dice: Si se pudiera seccionar toda nuestra vida, tendría el aspecto de un anillo (se lo desliza del dedo para enseñarlo), quiero decir que en el centro no hay nada, está vacío y, sin embargo, es el centro lo que cuenta.

Nota: un amigo me dijo un buen día, agua pasada no mueve molinos... una expresión castiza convertida en condena; es cierto que la vida contada por cifras, aun disfrutadas, está siempre caducada. Los años cumplidos son siempre años vencidos. Sin embargo son el centro. Son la vida... Es el centro lo que cuenta (decía Clarisse)

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