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Rebajas de locura

Mar Rodríguez Vacas

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¿Son todos los niños unos cafres o sólo los míos lo son? Ya sé que he comenzado hoy muy agresiva pero es que la situación no es para menos. Salir con mis dos hijos a la calle se está convirtiendo en una actividad de auténtico riesgo. Y no lo digo yo, o al menos no lo digo yo sola. Lo dicen las personas que me acompañan porque, aunque sea una mamá atrevida, el paño ya me lo conozco y sola con mis dos monstruitos no me doy un paseo de más de 15 minutos.

Estos días de atrás se me ha ocurrido la valiente idea de llevármelos de rebajas. Nada... un par de cosillas que necesitaba y que era el momento de comprar ya que estaban algo más baratitas. Para tenerlos controlados siempre llevo a uno en el carrito y a otro en el patinete que va enganchado a éste. Salimos el sábado pasado, antes de que comenzasen los descuentos, a mirar, y todo comenzó bien. No hacía demasiado calor y conseguimos llegar al centro medio temprano. En la primera tienda ya se quiso bajar del patinete el mayor y comenzó el descontrol. Que si me escondo por aquí, que si ahora cojo esto de una percha, que si “Mamá, ¿me compras esto?”. A lo que yo respondo muy pausada y tranquila: “¿Dónde estás? / Deja eso. Se mira pero no se toca / Nooooooooooo”. Después de varias como estas, decidí que lo mejor era salir de la tienda. Ya en la puerta, la conversación fue la de siempre: “Si es que, no sé ni cómo nos atrevemos. Con estos dos no se puede ir a ningún lado”.

Pero como soy humana y los humanos tropezamos varias veces con la misma piedra, entramos a otra tienda. Mientras el grande estaba a lo suyo, el chico comenzó a protestar. Pregunté lo que tenía que preguntar y decidí salir pitando. Todo iba a bien hasta que a la dependienta le dio por cantarme todos y cada uno de los productos que había en oferta con su correspondiente descuento. No le importó que el bebé estuviera berreando y mi sonrisa fuese más falsa que una moneda de dos caras. Ella erre que erre... Parecía que se lo había prendido de memoria y estaba deseando soltarlo. A la salida, aquello ya era un caos. Mientras cogía al chico del cochecito para intentar tranquilizarlo, el grande, en un alarde de genio, se quitó los zapatos en mitad de la calle. Me da vergüenza hasta escribirlo. La situación debió ser pintoresca. Cuando conseguí calmarlos, el pequeño ya no quería carro. Sólo andar. Imagináos lo que es eso con un bebé que está ahora dando sus primeros pasos. Al llegar a casa estábamos hasta mareadas.

No sé qué se me pasó entonces por la cabeza el lunes cuando decidí repetir la operación. Ya tenía visto lo que quería y el sitio en el que lo quería. “Va a ser a tiro hecho”, supongo que fue con algo de esto con lo que logré autoconvencerme. Esta vez cambié de acompañante. Imposible haber convencido a la del sábado, aunque terminamos igual que entonces. Yo conseguí lo que buscaba (con el mismo descuento que el sábado ¡Qué pringada soy!) y mi acompañante también se llevó un par de cosas para probarse en casa, ya que lo de andar probándonos en las tiendas se terminó hace mucho tiempo, cuando mi hijo mayor nos puso la cara colorada en una ocasión que le dio por abrir todos los probadores de señoras de una gran tienda. Yo, que estaba a lo mío, escuchaba: “¡Aaaaahhhh!”; “¡Uy, por Dios!”; “¡El niño, el niño!...”. Cuando me percaté de que era el mío el que estaba formando tal escándalo no sabía si reír o llorar, aunque sí sabía que nunca más iba a hacer cola en probadores con él.

En fin, que no sé si vuestros hijos son así de inquietos o es que los míos tienen el gen de la movilidad muy desarrollado; que no sé si soy una temeraria por sacarlos de casa para meterles un tute de rebajas; o si sólo soy normal e intento hacer cosas normales con ellos, intentando compartir todo lo que pueda con mis pequeños. Agradecería que me comentaseis vuestras experiencias al respecto, al igual que agradezco todos y cada uno de los comentarios que recibo en el blog y fuera de él. No siempre puedo contestar por motivos de conectividad pero os animo a que sigáis dejándome vuestras impresiones y contándonos a todos vuestras propias aventuras con los peques. ¡Ay el verano, el verano...! Y esto no ha hecho más que empezar.

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