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Carta de un migrante

Marian Castro

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Dicen que la historia es cíclica, se repite cada cierto tiempo los mismos hitos. Lo hemos hablado muchas veces en esta bitácora, España es un país de migrantes. Como ayer domingo fue el día internacional de estas personas que, como yo o en situación aún más dramática, abandonamos en algún momento de nuestras vidas nuestra tierra en pro de un futuro mejor, hoy me voy a hacer eco de la carta de este señor. Sí, un hombre de generaciones atrás, la de nuestros abuelos, que se fue a Alemania a trabajar y compara en primera persona su experiencia con la que hoy tenemos miles de jóvenes. Por cierto, ya han leído en este periódico los datos de la cantidad de personas que dejan Córdoba para salir a otras tierras lejos de sus raíces.

Sólo con suerte volvemos a casa en Navidad como el turrón. 

Fechas delicadas éstas en las que este señor, Aniceto Prieto, gallego, que ha contado su historia para Afundación, nos destaca: "Fue duro, pero ahora guardo buenos recuerdos de aquella experiencia de 10 años en Alemania. Y si nosotros, con menos formación, logramos salir adelante, estoy convencido de que tú también lo harás". Aunque ve las dificultades presentes de los emigrantes, "pese a que deberíamos haber progresado con el paso de los años, hay cosas que entonces eran más sencillas. Por ejemplo, yo me fui con un contrato asegurado, lo que me ahorró esa peregrinación repartiendo copias del currículum que os toca hacer ahora", afirma en su carta.

Sin embargo, Aniceto recuerda las facilidades de hoy para comunicarnos y desplazarnos en menos tiempo gracias al avión, algo impensable en los años 70. Para llegar a Galicia, antes nos tirábamos dos días en tren. Así que si necesitas matar el gusanillo con una visita rápida, solo tienes que subirte a un avión y en un suspiro te plantas en tu tierra”, 

comenta. Ahora también es más fácil mantener el contacto con la familia. Antes no había más remedio que mandar una carta y sentarse a esperar la respuesta. Ahora, con los teléfonos y los ordenadores, puedes mantener un contacto constante”, nos recuerda para valorar un poco que la soledad de la lejanía se dinamita pronto con una videollamada o mensaje instantáneo.

Pero lo que más me ha gustado de Aniceto, como cualquier otro de nuestros abuelos que nos hablan desde la experiencia, son sus consejos. El más llamativo en esta sociedad más y más individualizada algo que olvidamos a menudo. “Yo os diría que, ante todo, tratéis de ser honrados. Luego, también os recomendaría que aprovechéis el tiempo: hoy en día recuerdo con mucho cariño los paseos en barca que nos pegábamos por el Rin a la mínima oportunidad. Y también es importante que os echéis una mano entre vosotros: aún estoy agradecido al compañero que se ofreció a sustituirme en la fábrica cuando viajé a Galicia para casarme”, os echéis una mano entre vosotroscuenta en su epístola. Y no le falta razón a este gallego porque muchas veces nos olvidamos que lejos de nuestra tierra otro paisano está viviendo y sintiendo lo mismo que nosotros y puede ser un gran apoyo contar con él. Sólo el paso del tiempo nos convierte en una familia lejos de nuestra casa, y estas fechas tan especiales para estar con los nuestros hay muchos En Tierra Extraña que sólo encontrarán el abrigo de la mesa de un amigo allá donde esté para pasar las Navidades de forma más cálida, extrañando a los suyos, a su casa, pero haciendo un nuevo camino. Concluye Aniceto, “en algún momento, aunque sea de forma inesperada, se presentará la posibilidad de regresar”, y así con turrón o sin él, muchos volveremos cuando nuestro país nos vuelva a dar la oportunidad de envejecer felices. 

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