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Turismo blanquiverde

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Fidel Del Campo

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¿Córdoba se limita a la judería?, ¿Almería acaba en la alcazaba?, ¿Jaén en su catedral?. Acabemos con tópicos. En la semana blanquiverde por excelencia os propongo ocho rincones andaluces aptos tanto para nativos como foráneos y que no suelen ser traqueteados por guías turísticas básicas. Combino hitos históricos con apuestas más de hoy pero, en todo caso, son rincones que quedan al margen de la visita habitual. No son imprescindibles pero sí son, podríamos decirlo así, los complementos de cada ciudad. ¿Qué sería de la vida sin los añadidos?.

Córdoba. La ribera. Es Córdoba inconclusa. Como toda ciudad con río, la otra orilla ha sido siempre arrabal izquierdoso, el poblacho maldito. Ni los desarrollismos franquistas ni las inversiones post-92 han logrado dar vida del todo a la ribera que se extiende entre puentes, frente a unos de los cascos históricos más impresionantes del sur de Europa. Los molinos, los asalvajados Sotos, la zona rescatada por Juan Cuenca, La Calahorra y el paseo de Miraflores completan un sendero, entarimado a medias, en el que se puede oír el Guadalquivir. Tener de horizonte los tejados de Córdoba y Sierra Morena ofrece una visión fuera del tópico “callejuela arabesca” y diría yo que demuestra con eficacia las raíces romanas de esta ciudad. Aconsejaría hacerlo al atardecer para acabar en los parterres frente al Eroski, el archipremiado balcón del Guadalquivir, donde la puesta de sol, con la Medina cordobesa, es síntesis perfecta.

Huelva. El Muelle del Tinto. Curiosa esta ciudad siempre colonia, siempre contenedor de extranjeros. De su dependencia británica, cuando era puerto de los minerales que el Imperio extraía de la cuenca del Tinto, queda este potente muelle de hierro, expresión elegante de la revolución industrial que pudo haber sido y que quedó en débiles espejismos. Es correcta la restauración de este entramado de vigas, tuercas y madera que se adentra en la ría del Odiel y que con dos plataformas de altura servía para que los trenes soltaran su carga en los vapores, rumbo a fábricas inglesas y escocesas. Se puede pasear por ambos niveles. El cielo atlántico andaluz, tan diferente, confunde con la ría y las islas de enfrente. Hay que andurrearlo hasta el final para llegar al disfrute. Una prueba de que hay obras humanas que se hacen paisaje, tanto como el cabezo del Conquero o las chimeneas del renqueante polo químico de la punta del Sebo, que sigue ahogando la salida al sur de esta ciudad tan vieja como Cádiz pero inmensamente más maltratada.

Málaga. Muelle UNO. Ignoro si la ocupación urbana y comercial del puerto de Málaga será un éxito o acabará en zona degradada pero ahí está el intento en plena crisis. Un proyecto atrevido pero modesto, sin descomunales e innecesarios hitos urbanos. No hay grandes torres como se hiciera en el Olímpico de Barcelona o en la Lisboa de la Expo 98. El muelle donde antes descargaban mercantes se ha convertido en un blanco paseo bien cobijado por pérgolas onduladas y pabellones acristalados que acaban en la inevitable galería comercial y de restauración. No te esperes desafíos urbanísticos pero para el conocedor de Málaga el resultado es óptimo, agradable. El paseo al borde del mar acaba en una terraza a pie del Faro y con La Malagueta detrás. Al fondo, la vista se pierde en la Catedral, el casco antiguo y los montes que atrapan a esta ciudad fenicia abierta y liberal, casi tanto como Cádiz.

Sevilla. Metropol Parasol. Provocación. Sacrilegio. Un alien arquitectónico que ahora parece poca cosa tras el escándalo de la Torre Pelli, pero que en su día arrancó gritos de pánico entre la tradicional nomenclatura sevillana, aferrada a un concepto de ciudad “parque-temático” que habría hecho las delicias de cualquier urbanista parisino del XIX, de esos que destruyeron barrios enteros para crear avenidas y parques que ahora son admiración de turistas. Sobran escaleras y admito que este bosque de setas de material “hi-tech” está ahogado por tanta casa alrededor, pero su uso ha determinado su éxito. Es ya rincón de encuentro y de vida urbana. La oferta del complejo no puede ser más completa. Restos arqueológicos en el sótano, bares y comercios a ras de suelo en la plaza de La Encarnación, plaza foro en el nivel intermedio y mirador con bares en las alturas, con una visión única de la Sevilla histórica y sus torres. O lo amas o lo odias, pero hay que verlo.

Jaén. Los Baños Árabes. No te esperes la grandiosidad de Córdoba o Granada, pero es mágica esta ciudadela romano-árabe que huele a aceite. Encajado en el laberinto jiennense que se desparrama desde Santa Catalina hasta la Catedral, aparece el Palacio de Villadompardo. En la plaza de Santa Luisa de Marillac y bajo el Palacio están los Baños. Un tesoro escondido, clasificado como uno de los mayores de Europa. Impecablemente restaurado, con restos no posteriores al siglo XII, de época almohade. Sorprende su arquitectura leve, abovedada y elegante. Es una versión musulmana del arte romano de las termas pero resulta mucho más grácil, más oriental que el siempre pragmático estilo romano. Se conservan las salas fría y templadas, el vestíbulo de ingreso y las lucernas estrelladas que iluminan un recinto donde solo se echa en falta el agua, el vapor y el chapoteo. Hay que verlo en silencio. Se oye Historia.

Almería. Iglesia de las Salinas de Cabo de Gata. Y de magia a remagia. Confieso ser un enamorado de Almería, quizás por provenir de sus antípodas andaluzas. Tan maltratada como Huelva. Es oriente y solar. La iglesia y torre es el extremo del extremo de la ciudad. Plantada sobre la playa en una zona explotada por franceses hace dos siglos. Es el único resto que queda de una débil colonización de este páramo cargado de energía. Después de años de ruina, la ciudad la ha rescatado como símbolo. Es casi como un faro entre Almería y el Cabo de Gata, un hito solitario en el desierto de sal, marisma, rocas y mar que separa Almería del Cabo. No concibo no ver su torre y no pararse ante ella estando en Almería y menos aún si te diriges a Gata y su paraíso.

Granada. Parque de las Ciencias. Divertido, variado, familiar y arriesgado. Crear un museo interactivo, dedicado a las ciencias en una ciudad como Granada podría haber sido el típico experimento público que naufraga al menor recorte presupuestario. Pero no ha sido así. Un complejo gestionado con inteligencia en donde se divulga ciencia eficazmente. Un alivio entre la saturación monumental de esta ciudad bella como ninguna pero que peca, como otras en estas tierras, de ensimismarse. 70.000 metros cuadrados a pie del casco histórico con áreas dedicadas al cerebro humano, a la física, al espacio, al ADN y en definitiva a la infinita curiosidad del ser humano. Un sitio molón para ir con niños ya que se puede y debe tocar y en donde los adultos ponen los mismos gestos de sorpresa que los pequeños, si no lo crees prueba.

Cádiz. La Cortadura. A Cádiz le pasa lo que a las ciudades megacompactas que en poco o nada se han extendido. Terminan siendo tan cerradas en su abigarramiento arquitectónico que es difícil apreciarlas desde dentro. Si estás en su interior, casi isla, lo único que se puede ver al fondo es el Atlántico o la bahía. Por eso amo tanto este playazo de arena y dunas desde Puerta de Tierra al final del istmo que une la ciudad con el continente. Una playa bien surtida de servicios, cercana a la autovía, pero que conserva un estado semi salvaje que la hace más bella, con un aliciente, clave de mi amor por ella, se ve Cádiz al fondo. Brutal.

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