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Sobre este blog

Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

Los taxis y los monopolios

Imagen de archivo de un taxi.

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No acierto a entender cuál es la razón por la que el número de taxis es limitado y no, por ejemplo, el de fruteros, odontólogos, cocineros o abogados. Es más, desde aquí denuncio el nulo trato de favor del que gozamos los abogados cuando el derecho fundamental de defensa de los ciudadanos solo es posible por nosotros. Dice el Estado: “Oiga que hay que defender o si, o si, a los ciudadanos”. Pues si es sin contrato, ni plaza fija, ni seguridad social y además con sus folios, su coche y su ordenador, que lo hagan los pringados de los abogados del turno de oficio. Y, ojito, prohibida la huelga. ¡Que privilegio el de otros!

Y es que hay quienes estando en situación de privilegio pretenden hasta aumentarla. Por cierto, no sé si saben que la limitación de las licencias de taxi viene de una época en la que se daban y concedían a dedo y casi en exclusiva a militares retirados afines al régimen. Pues eso, que en el taxi ni la democracia ha conseguido que la cosa se liberalice. Y así seguimos. Y así lo sufrimos.

La única ciudad a la que he llegado en ave a una hora tan decente como las 18:45 horas de la tarde de un domingo, con trenes escupiendo pasajeros tras el fin de semana y no había ni un solo taxi en la parada, es Córdoba.

La única ciudad en la que no puedes ponerte en una esquina y esperar que en un tiempo razonable pase un taxi libre, llamándolo con ese gesto tan neoyorkino de levantar la mano, es Córdoba. Prueben a hacerlo y esperando les saldrá más barba que a Forrest Gump corriendo.

Paradas de taxi desiertas hay a diestro y siniestro. Por ejemplo, no salgan de la Ciudad de la Justicia un pelin tarde a medio día y pretendan coger un taxi. La parada está tan señalizada como vacía. ¡Está vacía a veces hasta la del Corte Inglés! De los días de fiesta, Semana Santa, o la Feria ya ni hablamos. He llegado a “encargar” un taxi el día de antes para garantizarme la llegada a tiempo a la portada el día siguiente. ¡Muy fuerte! Y bueno, si vas con mascota, olvídate. A la dificultad de coger un taxi en esta ciudad, añadir hacerlo con mascota es pura ficción.

Cuando tengo que coger un taxi por la mañana temprano para ir al ave, me acuesto con ansiedad. Sufro de estrés postraumático desde aquel día en que no me cogían en la centralita, luego tardaron en mandarme el taxi y, cuando por fin llegó, resulta que era el taxista más lento de Córdoba. Vi como mi tren se alejaba.

Lo siento, pero fui feliz los 747 días en los que Uber funcionó en esta ciudad. Llegaban a tiempo, precio fijo, disponibilidad, atención. Que el propio Ayuntamiento no se lo puso fácil, es evidente y que la pandemia hizo el resto, también. Mantener un privilegio de exclusividad y “números clausus” que los demás no tenemos, es difícilmente justificable. En fin, que hay muy pocas actividades que no se regulen con la mejor ley: la del libre mercado. Pero parece que en esto con “la iglesia henos topado”… bueno mucho peor.

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Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

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