“Eran las cinco en punto de la tarde”, tañían a muerte las campanas cuando a esa hora tan maldita y lorquiana llegué al banco de la fría y regia iglesia en la que aguardaba el cortejo fúnebre en la entrada.
Allí sentada me pregunte de pronto porqué me embargaba esa profunda tristeza. No era familia, ni tampoco una amiga íntima. De fondo el sentido responso del sacerdote sobre la vida eterna y el lugar que Dios nos reserva ahí arriba - no se… ya saben - y entonces, de repente, comprendí que la marcha de Chari era para mí la desaparición de muchos momentos de felicidad en mi vida.
Corrían los años 80 y Disco Tres era el templo de la movida. El lugar de la magia, de las bolas de espejos, de la música disco, del vodka con naranja, del brillo de mi falda y el cardado y la gomina. Donde bailar sin medida, donde ser libre y encontrar entre miradas esa que te traspasaba. Eran los tiempos de mi Panda rojo, de estrenar hombreras para ver en directo a Mecano o a Miguel Ríos, de volver de madrugada cuando la tasa de alcoholemia ni se sospechaba. Era el paraíso de aquellas noches “bebiendo, fumando y sin parar de reír ” en las que fui puramente feliz.
Paso el tiempo, me serené y me hice un poco mayor. Y volví a encontrarla en un nuevo templo. Las inquietas y prodigiosas manos de Chari a la cocina obraron otro milagro: “La Papa loca”. No podía caber más en menos espacio. Aquellas roscas desconocidas, las quisquillas motrileñas y el calamar relleno, nuevos sabores para un paladar cordobés “aflamenquinado”. Y de nuevo la felicidad en estado puro. Porque en aquel templo minúsculo quise tanto (! aunque a veces tan mal !), me comí tantas roscas y disfruté tanto, que Chari pasó a ser, sin solución de continuidad, parte indeleble de mi vida.
Y entonces me hice mayor y Chari y Mamen (y el fiel Miguel y mi linda Paqui) obraron magia en otro templo, “Los Berengueles”. Y volví a ser feliz en cada visita con los platos de Chari y su amor por lo que hacía. Hubo un tiempo de comidas especiales. Las de un martes cualquiera cuando recogía a mi hija de la puerta del colegio y le decía “en casa, hay cocido… ¿quieres unos fetuchini a los cuatro quesos de Chari? ” y sus ojos se iluminaban como dos centellas. !Ay esas comidas a destiempo, las dos solas y tan solas, que han tejido una parte de nuestras vidas! Ahora que estudia fuera, cuando va a volver a casa, me manda una lista con las cosas que quiere comer a su vuelta y los fetuchini de Chari nunca fallan.
Chari ha contagiado siempre alegría y pasión por lo que hacía. ¡Que respeto da eso! Y su generosidad desbordante te hacía sentir, además, que eras tú la especial. A las 5 en punto de la tarde supe de pronto porqué me sentía tan triste. Las personas que nos han hecho tan felices, quizá por puro egoísmo, quizá por creer que esa felicidad no volverá, son las que nos dejan esta enorme huella y el vacío que sentimos. Chari DEP.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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