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Sobre este blog

Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

Jubilación, dies ad quem y mutalidad

Imagen que acompaña al post.

Magdalena Entrenas

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Los que vivimos entre plazos, el tiempo limitado y concreto que las leyes procesales nos marcan para hacer un escrito de alegaciones, un recurso, o formular una demanda, sabemos mucho del fatídico “dies ad quem”. Y me refiero a los que ejercemos la abogacía, porque para el resto de los “operadores jurídicos” - y no quiero citar a nadie-, los plazos sencillamente no existen. Es el momento final, el último día, ese en el que el plazo finaliza de manera inexorable. 

Les aseguro que el “dies ad quem” nos provoca ansiedad, taquicardia y, a veces, hasta dolores de estómago, sobre todo si está llegando y ni siquiera has empezado a pensar lo que tienes que escribir. Y da igual que una vez agotado de repente encuentres la sentencia que te da la razón, o venga Ulpiano y te ilumine, porque todo será ya absolutamente inútil por cruelmente extemporáneo. Está fuera de plazo y fin. Recuerden aquello del otro día de “fin es fin”.

Pues la jubilación, ese estado con el que unos sueñan y otros detestan -no hay término medio- es como el “ dies ad quem”  del trabajo. Si eres de los que han trabajado por cuenta ajena, incluidos por supuesto los que lo han hecho para el señor Estado, el día marcado en el calendario van y te dicen, “se acabó”. Desde hoy a otra cosa mariposa, sin retorno, sin solución de continuidad. Hoy eras, mañana no. ¡Y a vivir que son dos días!

Pero si eres de los que han trabajado por cuenta propia, que son un poco como aquellos que antes les decía, los que se saltan el plazo y el “dies ad quem” se lo pasan por el forro, no hay nadie que venga y les diga, se acabó, hoy, sí; mañana, no. Es su propio bolsillo, y lo previsores que hayan sido ahorrando para el susodicho “dies”, lo que les marca la llegada del “dies ad quem” de su vida laboral y profesional. 

En el último escalón estamos los abogados. Desde luego los de mi generación, a los que la excelsa “Mutualidad de la Abogacía” (antes era general y ahora es solo una mierda) nos ha engañado durante toda nuestra larga vida profesional. Ahora resulta que ni tienes “dies ad quem”, ni la madre que lo parió, dado que con la miseria que nos queda, según sus mandamases (los que están ahí arriba, chupando sueldos millonarios por perder nuestro dinero a espuertas en malas inversiones de muy dudosa procedencia) es imposible que te llegue el “dies ad quem” y puedas permitirte dejar de trabajar. 

Mi amiga Mercedes Mayo se ha jubilado después de toda una vida de servicio como letrada de nuestro Ayuntamiento de Córdoba y lo ha hecho con todo mérito y tras una carrera brillante. Está radiante, feliz, con mucho por hacer. Para ella, por fin, llegó otro día, el “dies ad quo”, el comienzo del cómputo del nuevo plazo de su vida. Disfrútalo querida, tú que puedes y que nunca confiaste tu último plazo a la infame Mutualidad. 

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Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

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