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San Racionalio

Carlos Puentes

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El cordobés medio debe andar pensando que el infierno que nos espera a la mayoría más allá de la muerte se llama Córdoba. El cordobés medio debe andar pensándolo tras creer que el pasado sábado, la ira de Dios ponía por fin punto final a tantos años de sufrimiento, haciendo reventar el cielo entre rayos y centellas, con rachas de viento huracanadas y un diluvio que ni el de Noé. Y que después del diluvio, el merecido castigo venía a ser una versión humedecida de la misma atonía que acompañaba a esta ciudad desde que los báculos de Roma decidiesen enclaustrarnos en este eterno medievo que parecemos vivir.

La improbable combinación de un diluvio y una epidemia vírica en el terruño, hizo cundir el pánico ante el temor de una suerte de apocalipsis zombie, que hiciese levantar los ilustres cadáveres que descansan en la ciudad. Algún que otro medio de la cada vez más lamentable prensa local, ya recogía el levantamiento cadavérico en el subsuelo de algún que otro centro de salud. Juran los testigos presenciales, que los zombies pudiesen corresponder a las excelsas figuras de Manolete o la amortajada figura de Juan Bautista de la Concepción, el que descansa de plasticuchis y manguichurris maneras, asustando a cuanto infante se adentra en los Trinitarios del Alpargate.

Así, si el tremebundo chuzo del sábado noche hacía adquirir notable presencia en el internet local a lameruzos juntaletras como este que escribe, el aún probable brote de ébola en suelo patrio por la gloriosa gestión del grupo de incompetentes que tenemos por gobernantes haya sido terreno abonado para la proliferación de cantamañanas, estafadores y oportunistas de todo pelaje.

Que la fe juegue un papel en todo esto del fin del mundo no deberá sorprender en vista de que el país se inclina mayoritariamente por la adoración anual que le hace al Hombre del espacio que anduvo como zombie al tercer día de muerto. Pero cuando personal con la huevada ya bien llena de pelos, edad más que suficiente para haber leído algo más que el País Semanal y cierta formación basada en el método científico empieza a darle alas al mensaje milagroso de gente que se pasa dicho método por el arco del triunfo, deberíamos empezar a preocuparnos más que seriamente sobre el papel que la pseudociencia empieza a jugar, fundamentalmente, entre la izquierda amorfa que da pábulo a la irracionalidad con la misma alegría que la derechona rancia aplaude cada levantá de la Macarena.

Empiezo a ver con bastante frecuencia, la proliferación de un mensaje que ningunea el método científico en un gazpacho argumentativo que mezcla datos, ideología y oscuros intereses, que desvela verdades y soluciones a problemas irresolubles sin criba crítica previa de quien divulga. La solución para eso, claro, pasa por la muerte del individuo que decide someterse a ungüentos medicinales. En este caso la cura del ébola estaría, según parece, en la inmoderada ingesta de agua marina, la cual tiene como inevitable deriva el deceso del pobre desgraciado por predecible fallo renal.

El chiste de quien divulga y cree en el milagroso poder de los efluvios chamánicos sin previo análisis clínico, deja de ser chiste cuando en el proceso de autoliquidación, el fallecido además ha engrosado sustancialmente la cuenta corriente del chamánico vendedor de ungüentos. Llegado este punto uno se plantea si no será la disposición a la fe ciega de la raza humana y su inherente estupidez, el auténtico mal que acabará con todo atisbo de vida inteligente que en algún momento pudo haber en el planeta.

Para lo uno, el cataclismo apocaliptico en forma de tormenta parece tomarse un breve descanso, imponiéndose de nuevo la estabilidad isobárica y el calor veraniego sobre nuestras cabezas. Para lo otro, sólo San Racionalio, patrón de los empíricos, podrá obrar el milagro de la conversión a la razón científica, que Dios nos coja confesados...

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