La normal anormalidad
Quienes me conocen bien saben que soy un furibundo escéptico y de carácter insultantemente crítico. En cuestión del cambio climático soy igualmente escéptico, no en cuanto al reconocimiento de su existencia, pero sí en la divulgación tremendista que en múltiples ocasiones, aunque no supongan mayoría, se hacen de los previsibles escenarios que el progresivo aumento de la temperatura atmosférica global podría acabar deparando. Uno de ellos, es el del progresivo aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, que con relativa ocurrencia se esgrimen desde muy diferentes ámbitos para acentuar la urgencia del complejo y dramático problema al que nos podríamos enfrentar como sociedad.
Lo cierto es que a los que nos dedicamos de una u otra forma a esto de la divulgación meteorológica, nos cuesta sobremanera vincular los fenómenos previstos y observados con las consecuencias del cambio climático. La inmediatez que tienen los fenómenos meteorológicos y la relativa normalidad de los fenómenos extraordinarios, nos sitúan en un continuo prevengan ante la tentación de relacionar causa y efecto más allá de la propia dinámica que en cada momento impone la atmósfera. Personalmente opino que es el mejor y más sensato proceder, en cuanto que dicha relación no debe recaer en quien pronostica y explica el tiempo, sino en quien dedica su tiempo a estudiar exclusivamente las anomalías atmosféricas y sus implicaciones en los posibles cambios de la circulación atmosférica.
Existe además, si nadie me corrige, una muy pobre bibliografía sobre fenómenos meteorológicos hoy considerados extraordinarios más allá de los años 80 del pasado siglo, que comparativamente con la mucho mayor concienciación que hoy vivimos y el aumento exponencial de los fenómenos observados gracias al similar aumento del acceso a la información, podrían estar desvirtuando cualitativamente la mayor o menor recurrencia de este tipo de fenómenos a escala planetaria. Pero esto, subrayo, es sólo una pobre apreciación particular sin el mayor sustento que el de mi propia intuición.
No obstante, ayer, 18 de junio, fue el 18 de junio más frío en Córdoba desde que se tienen registros. Este dato, por sí sólo, no es explicativo ni demostraría nada. Habría que entrar a analizar concienzudamente si la dinámica atmosférica que deriva en el fenómeno pudiera tener o no una explicación asociada al calentamiento global. Y lo cierto es que pudiera ser. Como ya me habrán leído en más de una ocasión, uno de los ingredientes clave para explicar el tiempo atmosférico que nos ha de tocar, es el Jet Stream o Corriente en Chorro. Esta corriente troposférica impulsa las masas de aire en dirección oeste-este al norte del Trópico de Cáncer, adquiriendo según la época del año, ondulaciones que permiten que nos lleguen masas de aire con origen más polar que atlántico. Pues bien, podría existir una relación directa entre el calentamiento global y el cada vez más potente deshielo ártico, y una circulación del Jet más acusada en estas ondulaciones normales, que sí que podrían estar derivando, según fenómeno observado, en situaciones realmente anómalas en la escala meteorológica más allá de las “normales anomalías”.
Ayer lo explicaba meridianamente claro el meteorólogo Ángel Rivera en su blog. Sin caer en el irresponsable tremendismo del apocalíptico climatista, sí que pone el acento en una cierta mayor recurrencia de estas ondulaciones del Jet, que mientras a nosotros nos devuelven registros históricos como el de ayer, enciende el horno propio de nuestras latitudes más allá del paralelo 60, al norte de Escandinavia.
Les hablo de todo esto porque aún colea en mi mente el tan comentado pronóstico francés del “verano sin verano”, y que tantas discusiones, airadas o no, me ha deparado desde entonces. No se trata de menospreciar el contenido pero sí el continente, de quien abusa del tirón de un buen titular para algo tan serio como la divulgación científica, máxime para hechos no ocurridos y de tanta repercusión social como la que podría tener el cambio climático. Sí se trata de incidir en una correcta interpretación del complejo sistema atmosférico y la adecuada postura de una prudencia bien medida que sirva de nexo de unión entre quien es referente de algo y la repercusión mediática de sus palabras.
Es muy posible que estemos asistiendo, fuera de toda visión ideológica del asunto, ante uno de los mayores retos a los que una sociedad moderna se haya enfrentado jamás, de escenarios tan marcadamente impredecibles como los que ya nos enfrentamos con la actual crisis sistémica que padecemos, y se debería tornar vital, más allá de la urgencia que podría requerir el asunto, una explicación objetiva, no sesgada y desmediatizada del asunto.
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