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Revelación

Redacción Cordópolis

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No gastaré ni una línea en explicar cómo se gestó y qué fue la serie Tous les garçons et les filles de leur âge... Aunque sé que hay lectores que disfrutan con la mera acumulación de datos informativos creo que mi función es otra, así que ahí les he dejado un enlace para que, los que desconozcan la serie en cuestión, se vayan documentando y entren con buen pie en los párrafos siguientes.

El reciente visionado de Travolta et moi (Patricia Mazuy, 1993) me invitó a volver a ver los episodios que ya conocía y más me gustaban, casualmente, o a lo mejor no tanto, dirigidos todos ellos por mujeres: el citado de la Mazuy, US Go home (Claire Denis, 1994), y Portrait d'une jeune fille de la fin des années 60 à Bruxelles (Chantal Akerman, 1994). Por debajo de estas tres joyas quedan Le Chêne et le Roseau (André Téchiné, 1994), que dio lugar al largometraje Los Juncos salvajes (Les Roseaux sauvages, ídem), y La Page blanche (Olivier Assayas, 1994), que alumbró L'eau froide (ídem). Poco o nada me interesan el resto de entregas, firmadas por Cédric Kahn, Émilie Deleuze, Olivier Dahan y Laurence Ferreira Barbosa, que en el caso de Kahn y Dahan también conocieron la versión larga para su estreno en salas.

Teniendo en cuenta que Philippe Garrel, Jean-Claude Brisseau y Jacques Doillon se quedaron fuera desde las etapas iniciales del proyecto -Doillon sacó de él su largometraje Le Jeune Werther, 1993-, la cosa podía haber sido si cabe aún más grandiosa si estos tres cineastas hubieran entrado en lugar de los citados Émilie Deleuze -hija de Gilles Deleuze-, Olivier Dahan y Laurence Ferreira Barbosa.

Portrait d'une jeune fille de la fin des années 60 à Bruxelles tiene esa cualidad Akerman que la convierte en una cineasta única: mostrar con pudor lo íntimo, a través de un gesto cinematográfico que otorga visibilidad a lo invisible.

Si recordamos La Captive (2000), su muy personal adaptación de La Prisonnière -quinto libro de À la recherche du temps perdu- de Marcel Proust, con toda seguridad habremos retenido el momento en el que Stanislas Merhar escucha estupefacto el canto, el gorjeo, de aquellas dos mujeres enjauladas que comparten confidencias, de balcón a balcón, en un idioma secreto para el hombre. Crisis del personaje, crisis del relato, Akerman filma el rostro de Merhar mientras invita al espectador a leer en él su terrible descubrimiento: en cuanto hombre, jamás podrá mantener apresada el alma femenina: inasible, incomprensible, desconocida.

En Portrait d'une jeune fille de la fin des années 60 à Bruxelles (donde desde el propio título Akerman nos está diciendo que en este maravilloso coming of age - verdadero leitmotiv de la serie- va a hablarnos de ella misma) repite la revelación. Tras saltarse las clases y pasar el día con un chico al que acaba de conocer, la protagonista y alter ego de la cineasta (Circé Lethem), acaba en casa de su prima haciendo el amor con el joven desertor que ha conocido en un cine. Ya por la noche, tras reunirse con su mejor amiga, las dos chicas acuden a una fiesta donde terminan bailando La bamba en corro. El momento del baile, constante en la serie y condición impuesta por los creadores y Sony, invita a la elección, una persona en el centro tiene que sacar a otra del círculo para mantener con ella un pequeño baile en pareja: la amiga saca a la protagonista y a continuación ella se queda sola dentro del grupo dudando a quién sacar. Ese instante se presentaba ideal para tal vez congelar el rostro de la actriz, con la duda instalada en su mirada, y hacer que rodasen sobre él los créditos, pero no, Akerman insiste en mantenerlo, ¿porqué? Algo va a pasar, y conociendo a Chantal va a ser algo muy grande.

Si rebobinamos la cinta mentalmente recordaremos la elipsis en el momento en que el personaje que interpreta Circé Lethem pierde su virginidad con el desertor; pero probablemente ese vacío no sea tan importante ni nos esté queriendo decir que el encuentro haya sido insatisfactorio o desastroso, por ejemplo, Claire Denis también nos privaba de ese preciso instante entre Alice Houri y Vincent Gallo en US Go home. Por otra parte, Circé nos ha parecido realmente cómoda y a gusto durante todo el día junto a su reciente conquista, así que esos segundos de duda de la protagonista en medio del baile, justo antes de sacar a alguien, nos va a conducir a una revelación que probablemente no tenga tanto que ver con lo inmediato como con aquello que yacía escondido, enterrado, en algún lugar de los sentimientos y que ahora va a iluminar un rostro, asaltar una mirada, con nosotros, espectadores, como privilegiados testigos.

Volvamos a la fiesta, Circé tiene que elegir, ¿a quién elegirá? A su amiga. Pero no nos apresuremos, rodeada de inquisitivas y demandantes miradas de extraños la elección pudo obedecer a la búsqueda de un refugio, de una certeza, frente a esa edad de incertidumbres y dudas que siempre fue la adolescencia; sin embargo, tras el segundo baile seguido entre las dos chicas -recordemos que la amiga previamente también la había elegido a ella-, y ya con Circé a solas, Akerman mantiene la cámara fija sobre el rostro de su protagonista (tras un travelling que pasa lentamente de un plano medio a un primer plano), que es también el de ella misma, y nos obsequia con el milagro. Su joven actriz nos revelará a los espectadores, a través de su recién conquistada mirada adulta, un momento trascendental: el turbador descubrimiento de su verdadera sexualidad.

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