La piscina y el armario
Nadie lo definió mejor que Orson Welles: “Lo malo de la izquierda americana es que traicionó para salvar sus piscinas”.
Hablaba de cómo unos millonarios progresistas había ocultado sus ideales para seguir viviendo en sus mansiones, por temor a un senador mequetrefe que estaba interpretando antes que nadie el papel de Federico Jiménez Losantos. Por aquel entonces, el comunismo ya debía haber sesgado unas doscientas millones de vidas en la mente calenturienta de Mac Carthy.
Lo cierto es que cuando el senadorcillo inició el Comité de Actividades Antiamericanas -fabuloso nombre-, el comunismo acababa de colaborar en la salvación de unos cuantos millones de vidas en Europa. Era igual. Era una amenaza. Y los progresistas de Hollywood, algunas de las mejores plumas de aquella colina, se tiraron a la piscina y se quedaron bajo el agua para no escuchar nada de lo que ocurría en la superficie.
Estos días, hablamos de Pablo Alborán. Algunos lo glorifican por dar un paso al frente y confesar su tendencia sexual. Otros lo atacan por ello. Los menos, los y las más ilusas, se habrán sentido decepcionados ante el amor platónico irrealizable, que de todo hay en este país.
Todos ellos, y yo mismo desde aquí, hemos dedicado unos minutos a la orientación sexual de una persona que, en pleno 2020, ha tenido que vencer el miedo para decir que es gay.
Diez añazos de carrera, una década de éxitos y el tipo todavía ha vivido con miedo de revelar que es homosexual. ¿Tanto tiempo ha necesitado, en serio? Personalmente, prefiero pensar que ha sido por miedo a perder su piscina, como le ocurrió a aquellos progres de Hollywood. Que Alborán ha tardado tanto en normalizar su condición sexual y su estilo de vida porque temía que el público dejara de quererle y perdiera todo o parte de lo que ha ganado con su talento, su trabajo y, supongo, su imagen heterosexualizada.
Me gustaría que fuera así porque la alternativa es muy dura.
La alternativa es que Alborán haya vivido en el armario con vistas a la piscina porque la España que cumple 15 años de la aprobación del matrimonio homosexual y que es un emblema mundial por la fiesta del Orgullo LGTBI sigue siendo un poquitín homófoba. Porque bajo la piscina de la diversidad sexual en España hay demasiados tiburones acechando.
Como digo, yo prefiero pensar que no ha sido por eso.
Aunque claro. Luego, el mismo día en que Alborán ha dado el paso, uno acaba escribiendo que Vox ha impedido una declaración institucional a favor de los derechos LGTBI en el Ayuntamiento de Córdoba. Y también ves que solo dos periódicos de la ciudad se han hecho eco de la noticia.
Y al final te acabas preguntando si no estaremos desandando el camino de vuelta al armario. Y lamentas que ser periodista no te dé para tener una gran piscina en la que zambullirte para no escuchar todo el ruido de la superficie.
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