Clint Eastwood (que puede parecer un cineasta clásico pero es, en cualquier caso, el más moderno entre los clásicos) dijo una vez que las opiniones son como los culos, cada uno tiene el suyo. No tengo la menor idea de cuándo lo dijo. Pero estoy seguro de que entonces, como ahora, la máxima al decirlo era que a nadie le gustan los pedos de los demás.
Pero, por encima de los gustos: la misma autoridad moral para opinar tiene un columnista de un periódico centenario que un periodista de un diario digital. La misma tienen ambos que un yutuber de los que acumula más audiencia que estos dos medios de comunicación juntos. La misma tienen los tres que un ciudadano cualquiera, desde su casa, en sus redes sociales.
Ocurre que, a veces, algunos olvidan que las democracias constituyen sistemas de libre circulación de ideas, pensamientos y opiniones, que son la base a partir del cual se crean los juicios, según la etimología latina. Y que en democracia hay más juicios que los que preside un togado y que los que consisten en depositar una papeleta en una urna cada cuatro años.
A veces, algunos olvidan que, en la era de las fake news y el clickbait, la opinión puede ser un telescopio para quienes no tienen la capacidad de mirar la luna y se quedan impresionados ante el dedo; para quienes, si ven once tíos en una foto, son incapaces de identificar los elementos discordantes; para quienes no tienen la suerte de saber pormenorizadamente qué planes se quieren llevar a cabo en el patrimonio público y se los callan porque se piensan “unos caballeros”.
Sé que en determinadas cabeceras locales, que son como el Círculo de la Amistad del periodismo, impera este mandato una cierta omertá. E intuyo que eso debe generar un sentimiento extraño cuando has pasado años atizando opinativamente al Gobierno anterior. Pero, entre que impere el silencio y se demande el silencio a los demás, media un abismo. Y más, si se acaba pidiendo silencio, en un ejercicio de contorsionismo, desde una columna de opinión.
La cuestión es que, si el mero ejercicio de la duda o la crítica va a ser entendido como un ejemplo de imposición moral solo porque venga de la discrepancia, entonces lo mejor es que no se dude. Que se obedezca sin más.
La opción es no opinar de nada. Dejar las columnas y los periódicos vacíos. No criticar nada. Así no se fomentarán tampoco animadversiones.
Vivir en silencio durante cuatro años. Sin que a nadie se le atragante la tostada.
Es una opción.
Lo que pasa es que las opciones son como los culos, todo el mundo tiene la suya.
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