El desprecio
El primer ministro holandés andaba de visita en un centro de trabajo de recogida de basura. Era una bonita mañana de primavera, perfecta para mostrar desprecio de clase. Y ocurre. Un camionero se le acerca y le dice: “Por favor, no le dé ese dinero a los italianos y a los españoles”.
Rutte, que lleva tres mandatos en el poder y tiene más tablas que el Teatro Falla, no pierde la oportunidad de mostrar su acuerdo con la idea mostrada por el trabajador, que abandona la escena mientras el primer ministro le muestra su pulgar hacia arriba. Como en la antigua Roma, el camionero y sus ideas viven.
Ocurre después que aquellos 20 segundos llegan a España y alguno se cabrea. Lógico. Es una demostración, en vivo y en directo, sin trampa ni cartón, de la imagen que tienen algunas personas del norte de Europa de los PIGS del sur de Europa. O sea, de usted y de mí.
PIGS, cerdos en inglés, fue un acrónimo con el que medios financieros anglosajones se referían en la anterior crisis a Portugal, Italia, Grecia y España. También a Irlanda, pero podemos declarar a Irlanda fuera de este grupo, ya que ahora ha hecho frente común con Holanda, con quien además comparte una fiscalidad paradisiaca que nos pone las cosas muy difíciles al resto.
Así que ahí teníamos un documento único: da igual lo que hagamos y a lo que nos dediquemos. Todos podemos ser la garrapata que pisa un camionero holandés.
En los últimos días he recordado el vídeo de aquel tipo pidiendo ruina para al sur, al comprobar el desprecio con el que en España se mira a los 70 millones de “sureños” de Estados Unidos que han votado a Trump. Obviamente, no todos los votantes son del sur, pero, en la mente de algunos cuñados, periodistas y opinadores, la imagen del Trump supporter pertenece a ese subgrupo de americanos que se engloba bajo un nombre despreciativo.
Son varios en realidad: white trash (basura blanca), hillbily, cracker o redneck. El léxico para el desprecio de clase anglosajón es sorprendentemente rico, como los estados del norte, donde los blancos no son basura blanca, sino white working class y white business men.
Esta semana, Víctor Lenore recordaba el tuit en el que el escritor norteamericano Jim Goad se preguntaba cómo carajo era posible que tuviera tanto éxito en España su libro Redneck Manifesto (Dirty Works, 2017). Se trata de una obra que traza una radiografía histórica de esos estados del sur y sus pobladores, auténticos marginados del sueño americano, un subgrupo que vivió en las mismas condiciones de miseria que los esclavos y que fue abandonado a su suerte, sin recibir una reparación moral similar a la que sí ha tenido la población afroamericana.
Mi teoría es que los españoles asimilan inconscientemente esa historia como propia. Ahora somos PIGS, pero también hemos sido rednecks. Porque incluso cuando España fue el mayor imperio del mundo, una parte importantísima de toda la riqueza que producían sus súbditos se iba hacia Centroeuropa o Francia, de donde eran nuestras monarquías. Los holandeses, por cierto, aprendieron a despreciar a España durante aquella época y ahí siguen.
Es fácilmente comprobar que en España hay una larga tradición de sostener a Europa, mientras en Europa hay quien nos mira como un camionero holandés. Es tentador mirar con desprecio a la white trash y creernos superiores, intelectual o moralmente. Pero conviene no olvidar que, cuando terminen estos comicios, y empecemos a hablar de lo que quiera que esté en la agenda, los españoles vamos a seguir siendo los southern pigs de esta crisis.
Así que ojito con el desprecio, que lo carga el diablo.
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