Es la estupidez, estúpido
Esta semana ha sido noticia el juicio a todos los implicados en el caso de los falsos paralímpicos del equipo español de baloncesto en Sidney 2000.
Digamos que ya es triste que lo menos llamativo de la noticia es que un juicio se celebre 13 años después de los hechos. Qué decir que no se haya dicho ya de la espiral de aguas residuales camino del sumidero en que hemos convertido cualquier concepto semejante a valor que no tenga una rentabilidad inmediata (supuesta rentabilidad, tantas veces).
Digamos que es sorprendente la cantidad de personas que no sabíamos de este tema que, sin duda, en condiciones normales habría corrido como un reguero de pólvora de oido a oido en un mundo tan ávido de escándalos y “frikismos”. Sospecho que hubo bastante interés en no manchar el nombre de la tan traída y llevada (y lamentablemente denominada) “marca España”. Sobre todo, viendo la diligencia con que en nuestro país acudimos a defender, tapar o declamar la presunción de inocencia en más que sospechosos casos de dopaje, sin ir más lejos (no mencionaré la corrupción política, que daría para un blog independiente). La Federación Española de Atletismo es un destacado ejemplo con asuntos aún pendientes. Los tramposos son siempre los demás. Nosotros somos perseguidos. Así tenemos la fama que tenemos. Y, volviendo a especular con las razones del poco ruido de tan vomitiva noticia, destaca sobremanera la buena causa del fraude. España es un país en que una buena causa justifica cualquier medio; por supuesto, eso incluye saltarse las más elementales normas de comportamiento o convivencia. La buena causa, claro, era que una medalla suponía más financiación para el deporte paralímpico. Brillante. Sólo tenemos que convertir los Juegos Paralímpicos en un paripé colectivo, y lloverán las subvenciones y premios para que los que tendrían que competir no acudan a las citas que les corresponden.
Digamos que no acabo de comprender la historia del periodista infiltrado en el equipo, Carlos Ribagorda. El mismo que denunció tras los juegos esta historia, devolviendo ante notario la medalla. Me pregunto por qué esperó hasta el final. ¿Para ver si ganaban? ¿No hubiera bastado con destaparlo al principio, al llegar a Australia, y constatar que sólo dos miembros del equipo eran realmente discapacitados? ¿Qué se dirían los farsantes miembros del equipo durante su estancia en Australia? ¿Se sentirían héroes de la tan buena causa en peligrosa misión? ¿Mostrarían sus medallas a los amigos al volver? Hablando de amigos... ¿Ninguno de los componentes del equipo tuvo un amigo que los viera por televisión y se sorprendiera de lo en silencio que había tenido su discapacidad?
Digamos que han quedado todos absueltos, salvo el entonces Presidente de la Federación, que tendrá que pagar 5400 euros, y devolver las becas ganadas con tamaña hazaña. El acuerdo entre acusación y acusados ha propiciado el final feliz de la buena causa.
Digamos que estoy tan perplejo que estoy llegando al final de esta entrada de hoy, y aún no sé cómo empezarla.
Vergüenza. Una más. Más madera. Cualquier ejemplo vale. Estos mismos días, nuestro Ministro de Hacienda ha dicho que los salarios en España no están bajando. Y el Presidente lo defiende diciendo que es un gran Ministro de Hacienda. No pasa nada. Millones de Lazarillos de Tormes siguen pensando que comen las uvas de tres en tres.
Es la estupidez, estúpido.
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