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Pineda, el chico que deslumbró a Maradona

Paco Merino

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“Va a ser uno de los mejores jugadores del mundo”, dijo alguien sobre él. Lo curioso del asunto es que eso no lo declaró un familiar suyo, un amigo del alma o un aficionado extasiado ante la visión de alguno de sus arabescos con la pelota. Ni siquiera lo dijo un periodista. La frase la pronunció, en 1992, un tal Diego Armando Maradona. Y, claro está, el mundo cambió por completo para Francisco Javier Carpio Pineda (Córdoba, 1971), que desde ese instante sintió el calor de los focos apuntándole y la presión de las expectativas. Acababa de aterrizar en el Sevilla, que por aquel entonces vivía una circunstancia histórica: su eterno rival, el Betis, se pudría en Segunda División mientras en Nervión fichaban a golpe de talonario una formación de ensueño. Con Bilardo en el banquillo, Simeone y Suker como estrellas y Maradona como divinidad andante. Y Pinedita, de figurante. Si aquel vaticinio del astro argentino condicionó la carrera del cordobés resulta discutible. Le aportó notoriedad, pero lo que era capaz de hacer Pineda con un balón ya lo sabían algunos desde mucho antes.

A cualquiera que se haya cruzado en su camino futbolístico se le quedó grabada alguna de sus cabriolas con el balón, uno cualquiera de esos gestos de indescriptible belleza que enamoran a los aficionados y desquician a los entrenadores. A él, que siempre jugó con esa aparente desidia de los genios, no hubo quien lo domara. Quizás por eso se quedó en el camino y el que pudo ser uno de los más grandes devino en una leyenda de barrio. Pregunten por Pineda y escuchen con atención. Algunos cuentan sus hazañas, protagonizadas frecuentemente en escenarios insólitos y casi anónimos, como quien relata la visión de un ovni o una aparición mariana.

Criado en una familia futbolera -siempre acompañado de su padre, serio y reflexivo en la grada, y su madre, animadora singular en el Puga o donde fuera menester; su hermano era árbitro-, Pineda siempre jugó raro. Hacía cosas que a nadie se le ocurrían. Con el Séneca encontró el modo de progresar a ritmo de victorias. En un mítico equipo de alevines -en él estaba Alberto Toril, otro mago que llegó a ser profesional-, se proclamó campeón de Andalucía y enseñó su arte infantil a todos los ojeadores. Su nombre estaba apuntado en las principales agendas. Fue convocado una vez con la selección española sub 16 y antes de irse al Sevilla dejó al Séneca bien colocado en la Liga Nacional Juvenil: marcó dos goles en el partido decisivo para el ascenso.

En el Sevilla empezaron a compararle con un ídolo, Montero, nada más llegar en 1989. Bajo su liderazgo, el equipo de Nervión conquistó el campeonato de Liga sub 19 en la 90-91 y el sevillismo depositó en él grandes esperanzas. Su caché subía como la espuma. Su manera de interpretar el fútbol le confería un aura especial. Caños, ruletas, toques en largo... Su repertorio convertía cada partido del filial en una feria de sensaciones. Víctor Espárrago no quería saber nada de los canteranos, pero cuando llegó Bilardo se fijó en aquel chaval cordobés. Y subió el primer equipo. Al día siguiente, todas las miradas se centraban en aquel mediapunta que corría poco y con los brazos pegados al cuerpo, con una estética alejada de los atletas que acabarían imponiéndose en el fútbol moderno, pero bendecido por una zurda extraordinaria.

En la temporada 92-93 coincide con jugadores de la talla de Simeone, Suker, Diego, Rafa Paz, Jiménez... y Maradona. El jugador genial -ya en declive, con 32 años- y el fiestero brutal. El Pelusa apadrinó a Pinedita y le situó entre sus preferidos. “Todos los días me acuerdo de él, al menos una vez.Un día Bilardo le cambió en un partido de Liga y Diego se fue echando pestes del campo. Yo entraba en su lugar y no me dijo nada. Al día siguiente, delante de toda la plantilla, me pidió perdón… A mí, que tenía 22 años”, relata el cordobés.

Pineda debutó en la Liga en un partido contra el Deportivo de La Coruña, sustituyendo en el descanso a Rafa Paz. El Sevilla acabó perdiendo por 1-3. Bilardo le utilizó como revulsivo, desatascador de partidos por su talento para la improvisación y su visión de juego. Intervino en 26 partidos, pero sólo una vez fue titular. Un par de citas con la selección sub 21 engrandecieron su figura. En la siguiente temporada, ya sin Maradona al lado, debía llegar la confirmación del fino mediocampista. Sin embargo, Luis Aragonés prefirió hombres con más oficio y el protagonismo de Pineda disminuyó. En dos campañas con el madrileño apenas juega 20 partidos. Y en la 95-96, el caos generalizado acaba por dejarle fuera de combate para el proyecto sevillista. Pasó por el banquillo el luso Toni, que prefirio confiar en sus compatriotas Peixe o Moacir; luego llegó Juan Carlos Álvarez, que le dio minutos antes de ser cesado y dejar su puesto a Víctor Espárrago, que optó por alinear a Petkovic. Pineda se hartó de mirar desde fuera y decidió que había llegado la hora de hacer las maletas.

La 96-97 la jugó en uno de los clubes más célebres a finales del siglo pasado, el Extremadura de Almendralejo. Una entidad modesta, cuyo salto a la élite resultó un acontecimiento mediático y le reportó un caudal de aprecio en todos los rincones del país. Cumplía el papel del pobre orgulloso, ése que llega sin que lo inviten para decir cuatro cosas a la cara de los poderosos. Un equipo ideal para Pineda, que fue titular en una formación adiestrada por Iosu Ortuondo, en la que tuvo como compañeros a Juanito, Quique Estebaranz, Ito o Pedro José. Fue su última temporada en Primera División. El Extremadura descendió... y el Sevilla le acompañó al pozo.

Después disputaría cuatro campañas en Segunda en las filas del Rayo y el Getafe, llegando incluso a conseguir un ascenso a Primera en la temporada 98/99 en las filas del conjunto de Vallecas, con Juande Ramos en el banquillo. Tras un descenso a Segunda B con los azulinos en 2001, entró en la espiral de las categorías menores. Estuvo en el Montilla, de Tercera, antes de probar suerte en el Chaves, de la segunda liga portuguesa. El Orihuela y el Carolinense fueron sus últimos destinos antes de cerrar su carrera como futbolista. Ha pasado por los banquillos del Lucena -como segundo de Rafa Berges-, Villa del Río y juveniles del Córdoba. Aún espera una buena oportunidad como entrenador. Mientras tanto, ejerce como comentarista habitual en la tertulia de la Cadena Ser y se ha aficionado a la bicicleta. A la de ruedas. Las otras, las que se hacen sobre el verde con una pelota en los pies, se quedaron grabadas en el recuerdo de quienes le vieron dibujar momentos increíbles.

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