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Luminosa sonrisa

Rafael Ávalos

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La Semana Santa termina de la más brillante manera con la estación del Resucitado, que deja otro recuerdo imborrable con su paso por la Mezquita-Catedral | La hermandad vence a la inquietud inicial de la mañana

Cielo gris y paraguas abiertos. La mañana comienza con triste color y feo presagio. Llueve ligeramente. Después de dos días cargados de sol y de miradas únicamente al frente, la inquietud vuelve a aparecer. Nubes de incertidumbre cubren Córdoba el día en el que llega el más bello final. Un final que no es más que el principio. En torno al templo son pocas las personas que se congregan a la hora señalada. Son las nueve y la sensación no es la esperada. Pero nada puede con la devoción y el intenso deseo de completar el trayecto de los días de Pasión. Treinta minutos después, las puertas se abren. El sol comienza a hacer acto de presencia, si bien aún con timidez. Clarea el manto antes oscuro. Suenan las campanas y la plaza se llena de luz.

Al tercer día resucitó. Lo hizo en Santa Marina. Ante la fachada de la iglesia fernandina eran centenares, ahora sí, los cofrades que aguardaban el instante exacto. El reloj marcaba las nueve y media cuando Nuestro Señor Resucitado cruzó el arco de la puerta principal del templo. Iniciaba entonces un recorrido que le llevaría, otra postal para la historia, hasta la Mezquita-Catedral. Porque la hermandad alcanzó el primer templo de la Diócesis en una jornada, la última de la Semana Santa de 2016, que poco a poco ganó en claridad y se deshizo de temores a golpe de dicha. Una hora tras otra, éstas transcurrían de manera que el punto final estaba cada vez más próximo. Al tiempo que Jesús avanzaba entre una multitud cada vez mayor, las campanas volvían a sonar. Por la puerta lateral de la parroquia de Santa Marina terminaba de realizar su salida María Santísima Reina de Nuestra Alegría.

Felicidad en el rostro de todos cuantos esperaban el instante. Ese instante que nada impidió tuviera lugar. La lluvia era ya un vago recuerdo de una mañana olvidada. Otra nueva había por delante. Una mañana plena gracias a la sonrisa de la Virgen. Como siempre marchó radiante la imagen de Juan Martínez Cerrillo -cuánto no le deberá Córdoba al bujalanceño-, bajo un palio abierto a la luz. Luz que desprendía la Madre a través de una sonrisa inabarcable y eterna. Brillaba junto a Santa Marina como brilló a su paso por las calles de una ciudad que despidió hasta el año próximo su Semana Santa. Esta vez con la grata sensación de haber vivido días imposibles de olvidar, esos en los que la Mezquita-Catedral acogió a todas las hermandades que realizaron estación de penitencia. Lástima que el Domingo de Ramos y el Lunes Santo, jornada en la que el Santo Cristo de la Salud pudo completar su recorrido, resultaran amargos.

Aunque entonces existió el consuelo del rezo en cada templo. Como el que tuvo lugar por parte del cortejo de hermandad que puso broche final a los días de Pasión en el primero de la Diócesis. A la Mezquita-Catedral llegaron Nuestro Señor Resucitado y María Santísima Reina de la Alegría ya con un cielo despejado, o al menos con menos nubes de gris tonalidad, y un sol cada vez más deslumbrante. Tras acudir al corazón de Córdoba, la corporación comenzó el camino de regreso a Santa Marina. Primera hora de la tarde era cuando una multitud aguardaba en Santa Marina su llegada. En cada rostro, una muestra de felicidad, aun cuando la Semana Santa terminaba. Con dorado broche, eso sí. Jesús resucitó y la Madre sonrió. En su bella cara, una sonrisa repleta de luminosidad.

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