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El latido de la historia

Rafael Ávalos

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Las hermandades del Jueves Santo completan una jornada brillante, que tiene su continuación en la Madrugada | Los retrasos y el cambio de recorrido de la Buena Muerte no deslucen un día para el recuerdo

Una tras otra se suceden. Son las imágenes que jamás podrán ser olvidadas. Son los recortes visuales que cada cual para sí guardará en el cajón de su memoria. Son las estampas que para el recuerdo quedan ya de una jornada tan intensa como especial. El Sol corona el cielo, sobre una ciudad que pierde el miedo. La inquietud en torno a la lluvia desaparece. No existe la incertidumbre y cada bocanada de aire es oxígeno de plenitud. Atrás quedan los días en los que la mirada va al cielo antes de atender a las puertas de los templos, a la espera de conocer si habrá buena nueva o no. El radar poco importa cuando a primera hora de la tarde, en la sobremesa que la llaman, se cuentan por miles las personas que se congregan en diferentes puntos de Córdoba. Todas tienen una cita con la historia, como la tienen las distintas hermandades de un Jueves Santo que terminará por resultar esplendoroso.

A las cuatro y media eran tres rincones los que recogían la atención cofrade de la quinta jornada de una Semana Santa que de manera definitiva cerraba el capítulo de los temores. Junto a Trinitarios, en la plaza del Alpargate, apenas existía un hueco por cubrir. Estaba a punto de iniciar su caminar por Córdoba el Cristo de Gracia. Lo hizo a su hora, puntualmente, para alcanzar el primer templo de la Diócesis. No fue ésta la primera corporación en llegar a la Mezquita-Catedral y sí la que mayor dificultad tenía: había de entrar y salir por la Puerta del Perdón. Esa circunstancia propició de hecho que sufriera un retraso en su horario. Tal hecho, que tuviera lugar también el Miércoles Santo en lo que era la gran prueba de fuego de las cofradías en el acceso de todas al corazón de Córdoba, no deslució lo más mínimo una estación de penitencia brillante. Como brillante fue el Jueves Santo en su totalidad.

A la misma hora, el Compás de San Francisco y la calle San Fernando registraban una numerosa afluencia de público. Por allí pasó instantes después el Señor de la Caridad acompañado del Tercio Gran Capitán, Primero de la Legión. La hermandad a la que estuviera vinculado Gonzalo Fernández de Córdoba atrajo, como cada año, una notable atención de los cofrades y de los visitantes. También se encaminó a la Mezquita-Catedral y dejó su sello en una jornada histórica, de la que fue partícipe desde Poniente la cofradía de la Sagrada Cena. De Beato Álvaro de Córdoba, bajo un cielo resplandeciente, partió Nuestro Padre Jesús de la Fe. Ocurrió a las cuatro y media, en lo que significaba un largo trayecto hasta el primer templo de la Diócesis. Brilló en su estación penitencial una corporación que ofreció la oportunidad de venerar unas reliquias de San Álvaro.

Todavía lucía el sol cuando a las cinco y media no existía espacio físico sin cubrir en la Cuesta de San Cayetano. Iniciaba su recorrido del Señor de los Toreros. Jesús Caído se abrió camino entre la multitud para buscar la Mezquita-Catedral. Tras él, la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad. Una vez más la estampa de ambos titulares al paso por Santa Marina quedó grabada en la retina de quien la presenció. A idéntica hora, el silencio comenzaba a resonar en Córdoba. Lo hacía con Nuestro Padre Jesús Nazareno, que fue precisamente el primero en realizar entrada en Carrera Oficial. Hermosa como siempre marchó María Santísima Nazarena. Recogimiento que nace de la plaza que preside el busto del Beato Padre Cristóbal. La bulla y la calma se unían en un Jueves Santo al que todavía le restaba mucho por concluir.

A las nueve de la noche, como era tradicional hasta el pasado año, inició su camino por las calles la Madre. La imagen de las imágenes. La joya de Córdoba. El regalo para la eternidad de Juan de Mesa y Velasco. Nuestra Señora de las Angustias comenzó su recorrido, esta vez con sones de cornetas y tambores, los de Coronación. El cortejo de esta corporación sufrió el mayor retraso de la jornada. Primero al tener que aguardar el paso del Cristo de Gracia por Carrera Oficial y después debido a que una persona requirió asistencia sanitaria en Deanes, cuando el magnífico conjunto escultórico buscaba la Mezquita-Catedral. Así las cosas, entrada ya la madrugada en la ciudad, la Buena Muerte hubo de modificar su itinerario. La Reina de San Agustín regresó a su templo más tarde de lo debido, pero al menos eso permitió que los cofrades pudieran disfrutar mucho más de su estampa por cada rincón de la ciudad.

El silencio cobró forma y protagonismo en la medianoche. Las puertas de San Hipólito se abrían y la noche, ésa que siempre sueña el cordobés sea eterna, continuaba. El recogimiento ante la obra de Castillo Lastrucci. El Cristo de la Buena Muerte y la Reina de los Mártires recorrían con elegante seriedad las calles del centro en busca de una Carrera Oficial que no llegaron a realizar. De haberlo hecho como lo tenía previsto la hermandad, habría existido un encuentro con la corporación de las Angustias. Así las cosas, la cofradía de la Madrugada decidió acudir a la Mezquita-Catedral y después retomar el guión previsto. Tras el incesante murmullo y sonido de tambores, cornetas y trompetas, la calma. La frágil calma con el sello de la Real Colegiata. Era, todavía, el latido de la historia.

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