Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
Tomarnos en serio
Hace unos días, mi amiga Marina me prestó un libro de Vivian Gornick —Mirarse de frente (Sexto Piso)— en el que la autora reflexiona, como suele hacer, sobre su vida con libertad, frescura y verdad.
Aprovechando el amable sol primaveral, sentada en mi terraza, empiezo a leerlo con ilusión. Ya en la primera página siento el enganche que su escritura me produjo en otros libros (Apegos feroces; La mujer singular y la ciudad) y decido que tengo que comprarlo, sin falta. Mensaje rápido a Herme.
Me divierte cuando describe su instantánea incorporación al feminismo, en la convulsa Nueva York de 1970, cuando su redactor jefe la envía a investigar a esas de la liberación de las mujeres, de manera que, en una semana, pasa de la ignorancia más absoluta acerca del tema, a ser una feminista conversa.
Bueno pues, me digo, esto es más o menos lo que ahora mismo se está produciendo en nuestra sociedad, cuando a raíz de la des/demonización del feminismo nos encontramos montadas en el mismo tranvía a las canosas, las neófitas, las despistadas, las que pasaban por ahí y de un salto han iniciado el viaje, las que se han sentado en el estribo y las que llevan el ticket ya arrugado. Y también algunos ellos que han descubierto en el feminismo un lugar confortable.
Sigo leyendo tranquila y feliz, cuando de repente me topo con uno de mis conceptos más amados del pensamiento feminista, un imperativo que permea mi vida y mi discurso, gracias a Adrienne Rich. Habla sobre la necesidad ineludible que tenemos las mujeres de tomarnos en serio si queremos salir adelante y con nuestro saber contribuir a la transformación de una sociedad que nos mira por encima del hombro.
Todos los años, con una perseverancia impasible, en cuanto me parecía que mi alumnado estaba ya a punto para poder asumir nuevos retos, proponía a mis alumnas que reflexionaran acerca de cuándo se tomaban en serio ellas mismas y cuándo no lo hacían —ya está la Freixas con sus cosillas—.
Al principio no eran capaces de identificar en su vida esos momentos en los que, relativizando sus necesidades intelectuales, emocionales y personales, hacían una concesión sistemática de su tiempo, minusvaloraban sus producciones y sus trabajos y, tratando de evitar a toda costa el conflicto, se situaban en un discreto segundo plano —muy femenino, por cierto—. Sin embargo, poco a poco iban detectando lo que hasta el momento les había parecido completamente natural y que las situaba lejos de sus deseos y resoluciones. Ahí iniciaban un nuevo estar en el mundo.
Tomarnos en serio, queridas, requiere valorar nuestra mente y sus producciones, sin pedir perdón por si acaso no están a la altura; nos invita a no estar siempre disponibles, como si el tiempo nos sobrara; supone anteponer nuestras necesidades a las de quienes colonizan nuestro tiempo y, por supuesto, nos insta a respetar nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestros sueños y nuestros deseos. Supone decir no, sin temblar demasiado. Implica arriesgarse, nombrar.
Un programa de lo más atractivo, aunque no fácil.
Tomarse en serio es, pues, uno de los grandes must en la vida de las mujeres de todas las edades y, en la edad mayor, nos hará más llevadero, más amable y más confortable el día a día.
Sobre este blog
Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
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