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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

El viaje de mi tele

Un televisor roto

Juan José Fernández Palomo

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Me he comprado un televisor. La razón era bien sencilla: se me había roto el anterior televisor. Bastante duró, el pobre, a pesar de su aspecto ligero y casi frágil. Apenas he mantenido el duelo por él, a pesar de que me dio alegrías: victorias de mi equipo, películas buenas, juegos olímpicos, documentales interesantes… Lo he enterrado con honores en un “punto limpio”. Ignoro ahora que harán con sus partes los forenses tecnológicos; si alguno de sus órganos servirá para un primo microondas, o una tableta, o un smartphone, o para nada. Me gustaría creer en el animismo circular, pero no lo tengo claro.

Mi tele nueva tiene un nombre oriental. Coreano, creo (Coreano del Sur, obviamente). La he comprado (me gustaría haberla adoptado) en el centro comercial de mi barrio de nombre francés; el comercio, no el barrio.

También es ligera y de aspecto frágil. Y me pareció barata.

Es curioso: me parece muy barato el televisor y no el litro de aceite de oliva, las alcachofas, las cerezas o los piñones para hacer una salsa pesto, que me parecen definitivamente un dispendio y un sindiós.

Y eso que a mi nuevo televisor le presumo un viaje azaroso desde el origen hasta el salón de mi casa.

Lo veo recién nacido en una nave de montaje, empaquetado después en poliespán con burbujitas, cubierto de cartón con inscripciones en tinta negra, estabulado en un contenedor metálico, subido después con una grúa a bordo de un buque carguero y echado a la mar oceana.

Con todas las tribulaciones, incluidas tempestades, mala mar, ataques de los hutíes yemeníes en el Mar Rojo, respuestas, si se puede decir así, de británicos y americanos, piratas de nuevo cuño y funcionarios de aduanas, la tele está hoy en el salón. Fascinante.

Enciendo la tele y me da conversación. Se presenta; dice que es una “Smart TV” y que, si pantalla a pantalla le voy haciendo caso, ella al final me obedecerá y seremos felices y fieles el uno a la otra hasta que la obsolescencia nos separe.

Smart significa “listo” o “inteligente” en inglés. Así se autodefine mi tele, con un par.

Yo debo ser el gilipollas, la parte débil de esta relación. Al fin y al cabo, mi televisor se ha recorrido más de medio mundo en circunstancias muy adversas hasta llegar a estar frente a mi sofá.

No sé si es más o menos listo, pero si sé que es atrevido y valiente.

Sobre todo comparado conmigo, que apenas salgo del barrio.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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