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Carmen Albert, psiquiatra: “El orden mental no existe”

Entrevista N&B a Carmen Albert, psiquiatra

Aristóteles Moreno

30 de marzo de 2024 19:49 h

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Nació en Alicante, estudió en Valencia y trabajó por primera vez en un hospital psiquiátrico en Barcelona. En el instituto ya leía a Castilla del Pino. Y en 1985 tuvo la oportunidad de incorporarse en Córdoba a su equipo de trabajo en aquellos años transformadores donde todo estaba en tela de juicio. También la psiquiatría. “Entonces tenía una idea romántica de la psiquiatría. En el tardofranquismo, la asociábamos a la revolución”, asegura sentada en un sofá del Hotel Córdoba Center, en cuyo interior nos hemos refugiado para huir del clima desapacible que azota la Semana Santa.

En Barcelona se estrenó como auxiliar de clínica en el servicio de psiquiatría del Hospital de la Santa Cruz y San Pablo. Era un edificio muy antiguo, fundado a principios del siglo XX, pero que funcionaba ya bajo un sistema “abierto” y “liberal” donde no existían unidades cerradas. A Córdoba llegó con 28 años. Aquí ejercía Carlos Castilla del Pino al frente del famoso Dispensario de Higiene Mental. Y Carmen Albert tuvo la oportunidad de integrarse en su equipo.

PREGUNTA. Castilla del Pino era el gran referente de la psiquiatría española.

RESPUESTA. En aquella época Castilla era muy controvertido. Había sido un referente para algunos sectores de la psiquiatría. Para otros no. Entonces no todo el mundo estaba de acuerdo con él. Pero para mucha gente de nuestra edad era un referente.

Antes los pacientes no eran nadie. No tenían voz. Y Castilla del Pino les otorgó identidad

P. ¿Para usted?

R. Sí, claro. A mí me felicitaban mis amigos por poder venir a Córdoba y trabajar con él.

P. ¿Qué aportó Castilla del Pino a la psiquiatría española?

R. Aportó un modelo muy holístico. Un modelo de sujeto. Un modelo de conducta. Entender la conducta del paciente y establecer un modelo que, a la vez, era muy pragmático. Porque Castilla era muy pragmático a la hora de entender qué es lo que está ocurriendo, sobre todo, en la enfermedad. Y para eso estableció un modelo de interactuar con el paciente. Siempre con un gran respeto porque le otorgaba identidad. A los pacientes graves la enfermedad les quita identidad. Esto es el estigma. No eres nadie. Te quedas sin voz. Y Castilla estableció un modelo para intentar aproximarse al paciente reconociéndole su identidad e intentando establecer con él una relación terapéutica contemplando aspectos sociales, además de los biológicos.

P. Eso era revolucionario entonces en la España de los años setenta.

R. Sí. Y porque el modelo oficial de la universidad era muy cerrado en sí mismo. Él, en parte, no fue aceptado por eso y hasta que no cambiaron las cosas no pudo entrar en la universidad.

P. Usted llega a Córdoba en el año 1985. ¿Cómo fue su adaptación a la ciudad?

R. Me adapté bien. Era una ciudad muy distinta. Echaba de menos el mar. Y blasfemaba con el calor.

P. ¿Sigue blasfemando?

R. Sigo.

Castilla mantenía una relación asimétrica con sus colaboradores. Lo llamaban "don Carlos"

P. No se ha adaptado al calor.

R. No. Pero tengo Trassierra y es una delicia.

P. Y empezó a trabajar aquí cuando llegó.

R. Sí. Primero empecé a trabajar de meritoria sin cobrar con Castilla del Pino en el Dispensario. Si te aceptaba como colaboradora, Castilla te ponía un programa que era muy similar al de los MIR. Y entonces tenías que ir a sus clases. Y tenías tres horas de seminario a la semana, aparte de la labor clínica de ver pacientes todos los días en el Dispensario.

P. Y usted se sentía afortunada por estar con una persona de su talla.

R. Sí. Yo tenía 28 años entonces.

P. ¿Cuánto tiempo estuvo trabajando con él?

R. Hasta su jubilación, que fue poco tiempo después. Creo recordar que en el año 1987. Aunque después seguimos en contacto.

P. ¿Cómo era trabajar con Castilla del Pino? Tenía un carácter fuerte.

R. Sí. Él mantenía una relación muy asimétrica. A mí me llamó mucho la atención que lo llamaran de usted. Era imposible entonces hablarle de tú. O que le llamaran “don Carlos”. El don de Andalucía me llamaba la atención. A mí me costaba. Yo le llamaba “doctor Castilla” porque el don me resultaba muy difícil.

P. ¿El don es andaluz?

R. Yo creo que en Cataluña no se utilizaba el don para los médicos. En todo caso doctor.

En la mente de los pacientes graves hay mucho dolor

P. Y a usted el don le parecía muy clasista.

R. Me parecía extraño. Porque Castilla no era clasista.

P. ¿Él lo exigía?

R. No. Pero estaba establecido así.

P. Y después entró usted a trabajar en el psiquiátrico de Alcolea.

R. Para mí, fue el tercer psiquiátrico en el que trabajaba. Y era muy paradójico porque aparentemente era el más moderno. Tenía una estructura de pabellones muy pensada diseñada por Chastang. No tenía valla alrededor y aparentemente no estaba cerrado al exterior. Pero curiosamente era un hospital que había tenido una unidad penitenciaria dentro. Una especie de cárcel en el interior. Es una excepción en la historia de los hospitales psiquiátricos de España. La verdad es que actuaban como unidades de encierro y, a veces, a los pacientes que estaban agitados se les llevaba donde los penitenciarios. Eso yo ya no lo conocí. Cuando yo entré ya se habían hecho muchas reformas. A mí me llamó la atención que apenas tenían información clínica. Las historias estaban vacías de información. Tampoco había registros del personal de enfermería. Eso yo no lo había visto nunca.

P. Moderno por fuera, antiguo por dentro.

R. Muy antiguo, sí. Tuvimos que reconstruir el estado de cada paciente. Mis años previos con Castilla del Pino y su modelo me ayudaron a ver el estado de los pacientes, porque reconstruir las historias clínicas en muchos casos fue imposible.

P. ¿Cuántos años estuvo usted allí?

R. En la unidad de psicogeriatría año y medio. Luego estuve otro medio año más en rehabilitación y finalmente empecé a trabajar en los equipos comunitarios de salud mental dependientes de la Diputación todavía.

P. En centros de salud.

R. Sí. En el Sector Sur, primero, y luego en la Avenida de América.

El primer mandamiento de la psiquiatría es observar y escuchar

P. ¿Cuántos años estuvo usted en la sanidad pública?

R. Unos veinte años.

P. Y después emigró a la sanidad privada.

R. Sí. En el año 2007.

P. ¿Por qué?

R. Al principio, me fui un poco a prueba. Un compañero me llamó y me preguntó si lo podía ayudar en su consulta privada. Pedí la compatibilidad porque en ese momento no podías hacer las dos cosas. Estuve con él un año. Y después vi que combinar la sanidad pública y la privada me costaba un montón. Decidí apostar por la privada y monté mi propia consulta.

P. Había terminado saturada de la sanidad pública.

R. No estaba saturada. Para mí, en realidad, suponía renunciar a algo que me gustaba mucho: ver a algunos pacientes con trastorno mental grave. Que eran los que antes habían estado en los manicomios y luego se convirtieron en pacientes de larga evolución de la sanidad pública. Ese tipo de pacientes en la privada es muy difícil poderlos atender bien porque necesitan una serie de cosas que tú no le puedes dar. Necesitan trabajo social, enfermería especializada y una red asistencial que tal y como están las consultas privadas no lo pueden hacer.

P. ¿Y por qué le interesaban tanto los pacientes graves?

R. Porque siempre han sido los que más curiosidad me han despertado. Me preguntaba cómo pueden sobrevivir en un mundo como este. ¿Qué es lo que pasa en esa mente como para poder vivir al margen de la realidad?

P. ¿Y qué pasa en esa mente?

R. En esa mente pasan muchas cosas. En algunos casos hay mucho dolor. Mucha dificultad para adaptarse. Algunas reglas de juego a veces no las pueden entender. Tienen que lidiar con el rechazo y aún así muchas veces logran sobrevivir gracias a mecanismos admirables.

Los fármacos ayudan a organizar el discurso para poderlo transmitir

P. He leído en internet a una paciente decir sobre usted lo siguiente: “Hasta que no la encontré no me sentí realmente escuchada”.

R. Seguramente tuvimos suerte las dos. Poder establecer una buena relación con una paciente a veces depende de muchas cosas. Ojalá todos los pacientes pudieran decir eso, pero realmente no lo creo.

P. ¿Escuchar es el primer mandamiento de la psiquiatría?

R. Claro. Observar y escuchar.

P. Pero lo que cura realmente es hablar, ¿no?

R. Depende. El otro día estuvimos conversando en una mesa de debate sobre el tema del duelo por la muerte. Hay gente a la que le ayuda mucho hablar. Y gente a la que no. Hay gente que ha pasado el duelo en su interior y lo ha elaborado muy bien. Ha logrado salir adelante. La palabra es importante pero no siempre.

P. A veces puede ser más importante el silencio.

R. Los profesionales lo que tenemos que hacer es estar ahí disponibles para acompañar. Si el paciente quiere hablar, se le escucha. Y, si quiere estar en silencio, lo acompañas.

P. ¿Y qué cura más: la palabra o los fármacos?

R. Los fármacos ayudan, a veces, a que puedas escuchar la palabra o puedas organizar tu discurso para poderlo transmitir. De las enfermedades mentales desconocemos la causa última. Entonces los medicamentos no curan, pero ayudan.

P. A soportar el dolor.

R. Sí. Y a quitar la angustia.

De las enfermedades mentales desconocemos la causa última

P. ¿No sabemos la causa de las enfermedades mentales?

R. La causa última de lo que ocurre en el cerebro no la sabemos. Especulamos. Pensamos que hay distintas causas, factores genéticos o ambientales, pero no sabemos cuál es la causa exacta.

P. ¿El desorden mental es tan humano como el orden mental?

R. Es que el orden mental no existe. Hay días que estamos más ordenados que otros. Si pienso en un orden mental, me imagino un robot.

P. Es más humano el desorden.

R. Claro. La mente es caótica.

P. ¿Y cuándo el desorden es patológico?

R. Cuando hace sufrir. Cuando te pone en riesgo. Cuando te vuelve más vulnerable y no te puedes defender ante los riesgos que hay en tu entorno.

P. El sufrimiento es la frontera de la patología.

R. Yo lo digo así porque hay gente que llega un momento en que alcanza un acuerdo con su estado mental y aparentemente no sufre. Cuando empecé a trabajar en psiquiatría, poníamos muy en duda la existencia de la enfermedad mental. Era la época de la antipsiquiatría y yo me lo creía. Hasta que en mi primer hospital psiquiátrico vi lo que era una enferma diagnosticada de esquizofrenia con una crisis de angustia psicótica. La mujer estaba sufriendo mucho y se sentía atacada. Eso es una enfermedad. Para mí, el dolor es el referente. Es lo que me hace ponerme en la realidad de la enfermedad.

P. España es el país del mundo que más diazepam consume.

R. El diazepam se utiliza sobre todo como ansiolítico. También como relajante muscular pero digamos que es un paradigma de los tranquilizantes.

El desorden mental es patológico cuando hace sufrir

P. ¿De qué es síntoma que consumamos tanto?

R. En parte debido a una mala praxis médica. A veces, es más fácil y más inmediato suministrar diazepam. Y cuando el sistema sanitario es tan precario resulta más fácil aliviar con una pastilla que con un trabajo continuado.

P. O sea, que los psiquiatras tienen algo de responsabilidad.

R. Los médicos, en general. Los psiquiatras también. Porque las benzodiacepinas no solo las prescribimos los psiquiatras. Es vedad que prescribimos pastillas de más y no se alerta a veces de los riesgos que pueden tener.

P. El diazepam también ha salvado a muchas personas.

R. Claro. Los fármacos no son malos ni buenos. Depende cómo los utilices. No soy partidaria de dejar a nadie con una crisis de ansiedad a pelo. Hay que tratarla.

P. ¿Es partidaria de las pastillas?

R. Sí. De darlas bien y el tiempo apropiado. Y que el paciente sepa para qué sirven.

P. En los años sesenta, en el frenopático de la Avenida de las Ollerías los enfermos mentales estaban en una sala llena de paja y atados a la pared.

R. Yo eso no lo he visto jamás. Cuando llegué a Córdoba y vi el hospital, a pesar de lo moderno que era por fuera, por dentro me pareció haber retrocedido como cuarenta años. Pero no vi a nadie atado a la pared. Al contrario. Había un tratamiento bastante digno aunque relativamente reciente. Los pacientes ya tenían su nombre en la ropa. La ropa no era comunitaria. Eso lo había hecho el personal que trabajaba allí. Las monjas tenían un tratamiento muy respetuoso y apoyaban la reforma psiquiátrica por lo que suponía de dignificar la atención a los pacientes.

P. ¿Cataluña estaba más avanzada que Andalucía en aquella época en términos de praxis psiquiátrica?

R. En los dos hospitales en los que yo estuve, había más espacios de reflexión y formación. El personal auxiliar y de enfermería participaba en la toma de decisiones. Yo eso aquí no lo vi. Que el personal de enfermería pudiera conocer mejor al paciente y entender lo que estaba ocurriendo.

Cuando empecé en psiquiatría poníamos muy en duda la existencia de la enfermedad mental. Ya no

P. ¿Cuál ha sido el gran avance de la psiquiatría en las últimas décadas?

R. La psiquiatría no estaba considerada como una enfermedad más. Por muchas pegas que le pongamos a veces a la hospitalización psiquiátrica, el hecho de que se haya integrado como un servicio más de la salud ha sido un gran avance. Quedan grandes carencias, sobre todo a nivel de los equipos comunitarios. El gran adelanto ha sido la integración en el sistema nacional de salud. Pero no suficiente.

P. ¿Las enfermedades mentales se curan?

R. Sabemos que remiten, que dejan de tener síntomas los cuadros agudos. Hay otras enfermedades que siguen teniendo síntomas. Si llamamos cura a que no existan síntomas, muchas enfermedades dejan de tenerlos. Y hay otras que evolucionan.

P. ¿Vivimos en un mundo de locos?

R. Vivimos en situaciones insalubres para la mente. Y podríamos vivir de una forma más saludable.

P. ¿La clave está en la capacidad adaptativa del ser humano?

R. Eso es fundamental. Estamos tendiendo hacia una sociedad más individualista. Esto te lo dicen los maestros de educación primaria. Los niños son más individualistas. Las redes sociales te vuelven más exhibicionista en un sentido muy narcisista. Y para adaptarnos a todos los avatares de la vida y de la evolución lo que nos ha favorecido ha sido la cooperación. Ese individualismo va en detrimento de la cooperación. Eso sí que nos puede llevar hacia atrás.

P. Hoy el ser humano se tiene que adaptar más deprisa que ayer.

R. Sí, porque los cambios tecnológicos son muy rápidos.

Cuando vi el hospital de Alcolea me pareció haber retrocedido cuarenta años

P. Y estamos más expuestos a las enfermedades mentales.

R. También desarrollamos habilidades. No quiero ser pesimista ni apocalíptica. Nuestro cerebro y nuestra mente van desarrollando habilidades para adaptarse.

P. La semana pasada participó usted en una mesa redonda sobre Cómo afrontamos el fin de la vida. ¿Y cómo lo afrontamos?

R. De formas muy diferentes. Hay mucha diversidad. Debemos permitir que cada persona lo afronte como quiera y como pueda hacerlo.

P. Hoy podemos elegir cómo morir mientras que antes no.

R. Hoy tenemos algunas leyes, como la de la eutanasia, que permite algunas elecciones muy importantes. Pero no basta con que exista una ley. Hay que dejar que la gente acceda a ella.

P. ¿Sabemos morir?

R. La muerte está hoy menos presente en la vida cotidiana de lo que me contaban mis padres y mis abuelos. Ahora hemos sacado la muerte de las casas y la hemos llevado a los tanatorios. Nos cuesta más hablar de la muerte. Yo no sé si sabemos morir mejor o no. La verdad es que no me atrevo a a decirlo porque no lo sé. Pero sí sé que ha ido cambiando la relación con la muerte.

P. ¿Apartamos la muerte por miedo?

R. Sí. Estamos en una sociedad que nos hace sentirnos omnipotentes. Apartamos también el envejecimiento. Queremos estar permanentemente jóvenes y eso es imposible. Quizá más sano sería aceptar. La gente que muere de una forma más serena es la gente que acepta.

Elegir cómo queremos morir es un derecho

P. ¿La juventud es un mito?

R. La juventud hoy es como un ideal en contra de las evidencias del paso del tiempo. El mito de ser eternamente joven.

P. ¿La muerte es un derecho?

R. Lo que es un derecho es elegir la forma de morir. La muerte es algo inevitable. Forma parte de la vida. No es un derecho en sí mismo. Elegir cómo queremos morir sí que lo es.

P. El suicidio es la segunda causa de mortalidad entre los jóvenes. ¿Qué está pasando?

R. No lo sabemos. Todo esto se ha movido mucho con la pandemia del covid. Han aumentado las cifras de suicidios. Pero ojo: hay muchos tipos de suicidio. Al suicidio llegamos por muchos caminos distintos. Y no por uno solamente. Desde luego, algo está pasando. El suicidio es una expresión de sufrimiento. Ahora amigas mías especialistas están consultando con muchos chicos de catorce años con cuadros depresivos, cuadros de alimentación y cuadros de sufrimiento mental. ¿Cuándo fue la pandemia? Hace cuatro años. ¿Qué edad tenían estos niños entonces? Diez años. A esa edad los niños están empezando su vida social. El grupo de amigos está empezando a ser más importante que el grupo familiar. El niño empieza a construir su identidad social. Eso se vio castrado en la pandemia. ¿Podrán ser síntomas del sufrimiento que pasaron entonces? Lo iremos viendo. Posiblemente sí. La juventud es una época de muchos cambios y muy difícil. Hay que analizarlo con detenimiento. Y yo ahora no me atrevo a hacer un diagnóstico de conjunto.

P. ¿Tenemos hoy menos resiliencia o hemos construido un mundo más hostil?

R. Depende dónde estés. Ucrania, por ejemplo, no es Córdoba. Tendremos que desarrollar mecanismos de defensa y de resistencia. Y hay personas que pueden adaptarse con más facilidad que otras.

El suicidio es expresión de sufrimiento

P. ¿El llamado efecto Werther o efecto contagio existe?

R. En la facultad no utilizaban el término Werther sino que hablaban de Marilyn Monroe. Y se pensaba que hablar del suicidio producía un efecto contagio. Sin embargo, yo he ido cambiando de opinión con el tiempo. Y ahora creo que hablar del suicidio en la prensa, si lo haces bien y añades dónde puede pedir ayuda la gente, puede llegar a ser un buen vehículo de ayuda y no necesariamente de contagio. Siempre habrá personas más sugestionables, pero no creo que sea la principal causa de contagio de los suicidios.

P. Dígame tres claves para una mente sana.

R. No las tengo.

P. Las mujeres sufren el doble de problemas mentales que los hombres. ¿Sabe por qué?

R. Yo creo que pedimos ayuda antes. Y que consultemos más no quiere decir que tengamos más problemas mentales que los hombres. Y eso puede ser un signo de salud.

P. A los hombres no nos lo permite nuestra soberbia.

R. Yo creo que se os penaliza si mostráis vulnerabilidad. Una educación machista, el patriarcado, también os hace daño.

P. El psiquiatra Ignacio Martínez Hens en una entrevista declaró lo siguiente: “Mi arma es la compasión”. ¿Cuál es la tuya?

R. La verdad es que no lo sé. Depende de cada caso. Yo creo que mi arma es el interés por el otro. Por lo que le está ocurriendo a la persona que me pide ayuda. Y ese interés nos lleva a buscar una buena alianza de trabajo para tratar de solucionar lo que le está ocurriendo.

Que las mujeres pidamos ayuda antes no quiere decir que tengamos más problemas mentales que los hombres

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