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Nilo arriba

Juan José Fernández Palomo

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Son muy guapas. Y guapos. Su belleza es un milagro. Es el desnudo de todo. La desnudez, la despropiación, la nada, tal vez esto sea todo. O nada. Da igual (creo). Yo qué sé, estoy

hablando sola (como siempre)…

Tomamos un té tan amargo como la culpa con Leni Riefenstal allá en el alto Nilo, en Sudán, en el porche de una carpa instalada entre acacias en un despoblado sitio que está en mitad de todo y de la nada.

Les hago fotos en su día a día, cuando se bañan, cuando cazan, cuando amamantan a sus hijos, cuando ordeñan a la cabra. A veces cierran una especie de cortina y hacen ruido. Pero ahí no les hago fotos.

Les hago fotos casi constantemente. Y soy feliz. Por fin.

Leni: tú dirigiste El Triunfo de la voluntad.

Sí; qué pasa.

No, nada, nada; es que nos parece curioso.

Ya: todo el mundo cree que me acosté con Hitler, que follé con Goebbles…

No, joder, no es eso; es que eras tan famosa, estabas tan relacionada…

Leni, ¿estás bien?

De perlas.

Mejor así. Nos alegramos.

Leni Riefenstal tiene unos 94 años y le tiembla la mano con la que se lleva la taza de té a los labios.

Yo he decidido estar aquí hasta el final. Que vendrá pronto y será hermoso, dice.

Tus fotos son espectaculares, Leni.

Es por ellos, los nubios, una raza superior. Tienen luz.

Son negros, Leni.

Sí, sí, por eso tienen la luz. No hay luz sin sombra, ahora me doy cuenta.

Has dicho ´son una raza superior´.

Sí, lo he dicho.

La gente hablará de ti, Leni.

Me suda mi coño austrohúngaro.

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