Mi amigo Emilio es profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Puerto Real, en Cádiz, España (antes Fenicia). Admira mucho a Vargas Llosa, al que llama “Don Mario”, al que alaba mucho cuando hablamos de novelas. También dice otra cosa muy graciosa, algo así como que “Antonio Sensato Molina quiere ser como Don Mario de mayor”, refiriéndose a Muñoz Molina.
Vargas Llosa es Premio Nobel de Literatura y un escritor excelso, autor de novelas prodigiosas que me han acompañado durante toda mi vida: Conversación en la catedral, La Tía Julia y el escribidor, La Ciudad y los perros, La Fiesta del Chivo…
También es un funámbulo que se mueve con destreza en las páginas de cultura, política, opinión o sociedad de muchos periódicos de habla hispana de España y Latinoamérica y más allá del antiguo imperio.
Don Mario es de Arequipa (Perú) y no pide perdón por ser de allí y llamarse de esa manera. Es más, quiso ser presidente de ese país, tal vez para solucionar –o darle respuesta- a su propia frase aquella de “¿Cuándo se jodió el Perú?”, no lo sé; pero no lo consiguió.
El demócrata liberal de Don Mario, que se presentó a unas elecciones, acaba de decir en una convención de un partido también demócrata y liberal y español que “lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien”. Con dos cojones peruanos.
A él no lo votaron bien o suficientemente bien.
Cuentan que Vargas Llosa una vez, hace tiempo, le pegó un puñetazo a García Márquez y no sabemos bien si fue por un intercambio de pareceres sobre el realismo mágico, el boom de la novela latinoamericana (escrita en español) o si fue una simple –pero importante- cuestión de cuernos.
Desconozco si Don Mario ha sido recibido en audiencia privada por algún Papa de Roma (y de Perú) y, si así ha sido, qué se habrán dicho.
La verdad es que me importa un pimiento.