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Amistad

Juan José Fernández Palomo

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Ayer tarde estuve entre amigos en la boda de una amiga y, es natural, lo pasamos bien. Una boda es una convención social como los velorios, salir los viernes por la noche o la hora del vermut al sol pertinaz de este otoño disfrazado. La amistad es un combustible.

Ayer también, a mediodía, un amigo recitaba poemas de amor, nostalgia y cierto berrinche social/natural en la sala capitular del Palacio de Orive, casi cerrando la décimo tercera edición de esa cosa que llamamos Cosmopoética. Yo lo escuchaba leer con su acento madrileño mientras me ensimismaba viendo al fondo de la sala la grieta que, como huella indeleble, dejó en la piedra aquel terremoto de Lisboa. Un arañazo en el tiempo y los espacios.

He escuchado decir que Cosmopoética 13 se ha organizado entre amigos. ¿Y? Where´s the problem, si lo hubiera?

La sala Polifemo del Teatro Góngora el pasado martes fue una reunión de amigos; sí, qué pasa.

Me di cuenta de que la amistad tiene mucho de invocación o de aquelarre; capaz de hacer presente la ausencia. Es un truco de tahúres. El mejor número del mago Splendini. Me di cuenta de algo que ya sabía pero que no podía explicar: la amistad es tan misteriosa como el fuego y cumple su misma función. No trates de explicar su origen, fracasarás. No especules sobre la piedra de sílex o sobre frotar madera. No soples, no sirve para nada.

El fuego es el fuego. La amistad es la amistad. Inefables.

Lo demás son combustibles tóxicos, artificiales. “Amiguetes”, sucedáneos, mala baba. Que los zurzan.

Ah; y no se equivoquen: a la amistad le importa un pimiento eso de la generosidad. Es egoísta, no quiere nada. No espera nada de ti.

Tampoco da. Porque es rica.

(no tengo nada más que decir sobre esto)

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