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Sobre este blog

Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.

Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.

'Siempre nos quedará mañana': la vida no es tan bella

'Siempre nos quedará mañana', una original mirada a la violencia machista

Octavio Salazar

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Hay muchas cosas en la primera película como directora de la actriz Paola Cortellesi que me incomodan. Algunas me recuerdan, para mal, a otra película italiana exitosa, La vida es bella, con la que nunca logré conectar emocionalmente y que siempre me dejó la duda de si es honesto pintar de colores una realidad tan negra. Ambas comparten una excelente factura, unas estupendas interpretaciones y una evidente continuidad no solo con el neorrealismo italiano sino también con un cierto tipo de tragicomedia que tantas veces vimos en el cine del país que ahora gobierna Meloni. En las dos hay un evidente protagonismo de sus creadores que también son protagonistas, aunque he decir que mientras que Roberto Benigni me pareció siempre insoportable, Cortellesi tiene una potencia y una belleza indiscutibles, con un cierto aire a Olivia Molina y con esa fuerza que siempre han atesorado actrices italianas muy pegadas a la tierra. Las dos películas, también, están llenas de trampas y de golpes de efecto que buscan la complicidad fácil del espectador y de la espectadora (en este caso, sobre todo de las espectadoras: de hecho la publicidad subraya los millones de mujeres que la han visto en Italia). No es casual por tanto que las dos compartan éxito de taquilla, como tampoco que la recién estrenada en nuestro país haya sido auspiciada por Netflix, esa máquina de generar productos tan bien armados como artificiales.

Entiendo que C`è ancora domani – que es su título original y que es mucho más expresivo de lo que cuenta que su tonta traducción al castellano – conecte con varias generaciones de mujeres que en nuestro país vivieron situaciones similares a las que vive Delia, la protagonista, o bien las tienen presente en la memoria heredada de sus madres y abuelas. Hay en la cinta una evidente pretensión pedagógica, por momentos demasiado paternalista, pero eso no impide que tenga momentos brillantes (sobre todo los que retratan la vida familiar y la cotidianidad de los años 40), junto a otros literalmente bochornos (la historia del soldado americano o los flashbacks con los que se nos rememora, como si fuera un videoclip, el pasado de Delia). La directora toma alguna decisión arriesgada, como la de convertir los momentos más dramáticos y violentos en una suerte de coreografía al ritmo de canciones italianas cuyas letras son parte de la historia, pero justamente esas apuestas desentonan del resto de una película que parece hecha para ser digerida sin necesidad de almax en una tarde tranquila de sábado. A mí, sin embargo, me sobran obviedades, casualidades y subrayados que parecen responder a la intención de explicar lo evidente: la naturalización del patriarcado, y con él de la violencia machista, en unas sociedades, las de la segunda posguerra mundial, en las que las mujeres seguían sin voz ni voto. Una historia sin duda jugosa pero que habría necesitado, a mi entender, menos complacencia y más riesgo, y sobre todo que debería haber evitado mezclar las claves narrativas de un cine clásico con la intenciones éticas del presente.

Entiendo que el final, construido sobre una serie de carambolas que difícilmente se sostienen salvo que asumamos el territorio de la fábula, está pensado para que el espectador, y sobre todo la espectadora, vibre en la butaca e incluso respire aliviada al comprobar que la salida para Delia no ha sido la propia de un cuento romántico sino más bien la de un manual de feminismo para todos. Por supuesto que hay esperanza en ese punto de partida que es el final, pero también una cierta trampa que la directora esquiva en su endulzada propuesta. Una trampa que no es otra que asumir que el acceso de las mujeres a la educación y al voto acabaría con el machismo y con las violencias que genera. A las pruebas lamentablemente me remito. Es entonces cuando me doy cuenta de que nunca Virginia Woolf habría escrito un final como el de esta película, aunque, claro, ella siempre miró su vida de mujer desde un ventanal que nada tenía que ver con el sótano de Delia. Un final sí, ilusionante, pero tan de película. Uno de esos que permiten salir del cine con el corazón vibrando de emoción, aunque en el fondo seamos conscientes de que hemos sido hasta cierto punto manipulados, engañados para llevarnos a donde el creador o la creadora querían, como si fuéramos niños y niñas a los que (re)educar. Unas pretensiones que a estas alturas de mi vida cada vez me cuesta más digerir y que ni siquiera alivia un buen almax.

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Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.

Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.

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