Que así sea
Que la antorcha del rock andaluz nunca se apague
El destino quiso que un ateo como yo me criara en el barrio de los Apóstoles. Seguramente me deslizó alguna señal encriptada que aún hoy, tantos años después, no he sabido descifrar adecuadamente. Justo a la vuelta de la Avenida 28 de Febrero, antigua General Sanjurjo, y ya en el segundo tramo de la calle Sagunto, donde aún menudeaban las casitas de una sola planta, ensayaba un grupito de música de jovenzuelos melenudos. Hablamos del año 75. Quizás del 76. No lo recuerdo con exactitud.
Los chavales del barrio nos acercábamos a la puerta, presidida por un pequeño jardincito, para observar a través del cristal el fascinante artilugio de los amplificadores, la guitarra eléctrica y la batería. La banda se autodenominaba Retorno y repasaba machaconamente canciones verbeneras y éxitos radiofónicos del momento. En mi cabeza aún revolotea aquella cantinela simplona de Fórmula V y la Fiesta de Blas, donde todo el mundo salía con unas cuantas copas de más.
La siguiente imagen que relampaguea en mi memoria se sitúa en el estadio del Enrique Puga. Un ciclón llamado Triana había convulsionado el panorama musical español y arrastró a una veintena de bandas andaluzas a uno de los fenómenos creativos más sorprendentes de la segunda mitad del siglo XX. En un precario escenario, los melenudos de la calle Sagunto habían mutado a Medina Azahara, mientras que Expresión ahora se hacía llamar Mezquita. Bloque y Asfalto, si mal no recuerdo, completaban el cartel. Yo estaba asistiendo a uno de los primeros conciertos de mi vida con el mismo deslumbramiento con que el rock andaluz arrollaba al circuito nacional.
En 1979, Medina Azahara publicó su primer disco homónimo y lanzó uno de los himnos incombustibles que ya hoy forman parte de la historia de la música popular española. Se llamaba Pasendo por la Mezquita, mucho antes de que el señor obispo se empeñara en que la banda del Mazorcas (y todxs nosotrxs) paseáramos por la Catedral. El rock andaluz fue un meteorito que se diluyó como un azucarillo en el café. Lideró el vibrante movimiento rockero de finales de los setenta y sucumbió de pronto atropellado por la futilidad deliciosa de la Movida.
Lo que nadie podía presagiar es que la banda del Mazorcas, jalonada de tachuelas y guitarras estridentes, iba a atravesar cuatro décadas y media, desafiando modas y coyunturas, y exhibiendo una capacidad de resistencia rara vez vista en la industria del disco. Antes de ayer Medina Azahara anunció su retirada con una gira de despedida en 2025.
La última vez que entrevisté a Manuel Martínez hacía apenas 35 días que su hijo Manuel Mart, músico y ex cantante de Estirpe, había caído fulminado por un cáncer. Apenas tenía 44 años de edad. El calendario marcaba diciembre de 2021. Los Medina acababan de publicar un disco homenaje a Triana en un honorable gesto de reconocimiento que cerraba el círculo de toda una generación. “Que la antorcha del rock andaluz nunca se apague”, sentenció al otro lado del teléfono. Que así sea.
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