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Magia

Alfonso Alba

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"Aquí soy eterno"

           (Jacinto Lara. Pintor)

 

Cualquiera de ustedes entregaría su brazo derecho por poder pronunciar una frase como esta. Ser eterno es la aspiración de cualquier ser humano, provenga del norte o del sur, sea director general o chatarrero, crea en dios o en la trigonometría, lea a Corín Tellado o a Unamuno, sea estúpido o mediopensionista. Jacinto Lara es eterno en su taller de El Quiñón. Un universo al que se accede por un pórtico de jazmines y buganvillas y en cuyo interior reinan sus creaciones en un desorden colosal de objetos inexplicables, maniquíes, delantales japoneses, brochas de afeitar, botes de suero, viales médicos y cualquiera sabe qué artilugios más.

Jacinto Lara efectuó esta mágica revelación a Marta Jiménez en una entrevista enorme publicada en estas mismas páginas. No todo el mundo tiene la facultad de ser eterno. Aunque se trate de una eternidad transitoria y con fecha de vencimiento. Eso qué más da. Mi amigo Diego Márquez, excomisario de Policía y sorprendente autor de cuentos tiernos, pronuncia siempre una frase increíble en nuestros almuerzos semestrales. El amor es eterno mientras dura. Esa es la realidad incontestable de la eternidad. Que es infinita mientras dura.

Entonces, Jacinto Lara, que es eterno en su taller, vive al amparo de un puñado de leyes también eternas. Les transcribo literalmente de la entrevista: “En esta casa somos reales, cometemos errores, decimos lo siento, damos segundas oportunidades, lo pasamos bien, damos abrazos, nos disculpamos, hacemos ruido, tenemos paciencia, nos queremos”. Es decir: la eternidad sin edulcorantes.

En 2013, científicos de todo el mundo se reunieron en Nueva York para investigar la viabilidad tecnológica de la eternidad. Y otros experimentos de manipulación genética ya han logrado multiplicar por nueve la vida de una mosca. Vale. De acuerdo. Pero olvídense. Porque este pintor de Fernán Núñez, hijo y nieto de campesinos, ya ha conseguido destilar la eternidad en su taller de El Quiñón.

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