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Orgía de princesas

Elena Lázaro

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Ésta ha vuelto a ser una semana extraña. De ésas que se pierden en la

memoria, pero que dejan un raro regustillo en el lóbulo temporal medio

del cerebro que es donde se almacena buena parte de nuestros

recuerdos.

El lunes, de camino a la oficina, me crucé con Blancanieves. No

imaginaba encontrarla en la calle tan temprano. Las princesas no

suelen madrugar, al menos, eso creía yo. Me explicó hace meses que

trabaja por horas en una casa de postín. Tantos años limpiando para

siete inútiles le han servido para diplomarse en servicio doméstico y

ahora que dan alta en la Seguridad Social hasta agradece a los enanos

haberla explotado de aquella manera. No me atreví a preguntar por

Felipe. Era evidente que la cosa no cuajó.

El martes, en la consulta de mi médica de cabecera pude ver a

Cenicienta. Esperaba sentada a las puertas del dermatólogo. Un

horrible eccema cubría la mitad de su rostro. Puros nervios, fue el

diagnóstico. Me aclaró que no ha podido sobrellevar el fetichismo del

príncipe, que no lleva bien andar todo el día desnuda con los

zapatitos de cristal, que esa indumentaria no resulta del todo cómoda

para recibir visitas. Al parecer el eccema no es primer síntoma de su

estado emocional, pero me llegó el turno en la sala de espera y no

pude entretenerme más, así que le dejé mi número de teléfono para que

guasapeemos de vez en cuando.

El miércoles vi a Aurora. Fue en la puerta del colegio de mi hija

pequeña. Pensé que vendría a recoger a algún sobrino, ya que supe hace

años de su esterilidad. Quise saludarla, pero conforme me acercaba los

síntomas de su cuelgue se hicieron más evidentes. Entonces la

presidenta de la Asociación de Madres y Padres de Alumnos y Alumnas

(AMPA) me puso delante su ficha policial. La pobre Aurora pasó del

pinchacillo que la dejó dormida durante décadas a una destructiva

adicción a la heroína, que, tras pasar por un par de centros de

desintoxicación, se ha quedado en un cuelgue crónico de prozac. Ahora

deambula por el barrio buscando a alguien a quien contarle su

historia.

El jueves tuve noticias de Bestia. Lo encontré al otro lado de la

barra de la cafetería donde suelo desayunar. Acaban de contratarlo a

tiempo parcial, así completa su sueldo de cuidador en el zoológico y

puede cubrir los gastos de la separación de Bella. Mantener dos casas

y la cuenta mensual del sex-shop de su princesa sado resulta

angustioso para un guaperas como él.

El viernes me encerré en casa a pensar. De madrugada hice un par de

llamadas y hoy he quedado con todas –a Bestia, el pluriempleo no le

deja tiempo- para montar una orgía que nos libere de la pesadilla de

haber creído en los cuentos.

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