Orgía de princesas
Ésta ha vuelto a ser una semana extraña. De ésas que se pierden en la
memoria, pero que dejan un raro regustillo en el lóbulo temporal medio
del cerebro que es donde se almacena buena parte de nuestros
recuerdos.
El lunes, de camino a la oficina, me crucé con Blancanieves. No
imaginaba encontrarla en la calle tan temprano. Las princesas no
suelen madrugar, al menos, eso creía yo. Me explicó hace meses que
trabaja por horas en una casa de postín. Tantos años limpiando para
siete inútiles le han servido para diplomarse en servicio doméstico y
ahora que dan alta en la Seguridad Social hasta agradece a los enanos
haberla explotado de aquella manera. No me atreví a preguntar por
Felipe. Era evidente que la cosa no cuajó.
El martes, en la consulta de mi médica de cabecera pude ver a
Cenicienta. Esperaba sentada a las puertas del dermatólogo. Un
horrible eccema cubría la mitad de su rostro. Puros nervios, fue el
diagnóstico. Me aclaró que no ha podido sobrellevar el fetichismo del
príncipe, que no lleva bien andar todo el día desnuda con los
zapatitos de cristal, que esa indumentaria no resulta del todo cómoda
para recibir visitas. Al parecer el eccema no es primer síntoma de su
estado emocional, pero me llegó el turno en la sala de espera y no
pude entretenerme más, así que le dejé mi número de teléfono para que
guasapeemos de vez en cuando.
El miércoles vi a Aurora. Fue en la puerta del colegio de mi hija
pequeña. Pensé que vendría a recoger a algún sobrino, ya que supe hace
años de su esterilidad. Quise saludarla, pero conforme me acercaba los
síntomas de su cuelgue se hicieron más evidentes. Entonces la
presidenta de la Asociación de Madres y Padres de Alumnos y Alumnas
(AMPA) me puso delante su ficha policial. La pobre Aurora pasó del
pinchacillo que la dejó dormida durante décadas a una destructiva
adicción a la heroína, que, tras pasar por un par de centros de
desintoxicación, se ha quedado en un cuelgue crónico de prozac. Ahora
deambula por el barrio buscando a alguien a quien contarle su
historia.
El jueves tuve noticias de Bestia. Lo encontré al otro lado de la
barra de la cafetería donde suelo desayunar. Acaban de contratarlo a
tiempo parcial, así completa su sueldo de cuidador en el zoológico y
puede cubrir los gastos de la separación de Bella. Mantener dos casas
y la cuenta mensual del sex-shop de su princesa sado resulta
angustioso para un guaperas como él.
El viernes me encerré en casa a pensar. De madrugada hice un par de
llamadas y hoy he quedado con todas –a Bestia, el pluriempleo no le
deja tiempo- para montar una orgía que nos libere de la pesadilla de
haber creído en los cuentos.
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