Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
Crónicas de un verano inmunizado I. Tormentas en la Toscana
He tenido miedo a las tormentas desde que con diez años me vi metida en una en mitad del Valle de Ordesa. Tengo 45 años y cuando truena, mi teléfono suena irremediablemente. Es mi madre. Llama para saber que estoy bien.
El sábado volvió a hacerlo. El cielo se rompía en Córdoba
- Estoy en Montilla, mamá
- Uy mejor, hija, no imaginas la que está cayendo
- Aquí también, pero me he hecho la valiente
A mi madre, que me quiere, pero me conoce, tampoco le sorprendió la respuesta. Supo, sin que se lo dijera, que la compañía y el lugar donde estaba debían merecer la pena si había decidido mantener el tipo.
Y tanto.
Estoy sentada a la mesa con ocho personas tan diferentes como iguales. Distintas en sus orígenes, en sus ocupaciones, en sus experiencias; equivalentes en la pasión con la que viven sus vidas. Sólo conozco a tres de los comensales y, sin embargo, les voy redescubriendo en el atardecer. Cuando llega la madrugada, la conclusión es definitiva. He (re)conocido a Rocío, a Enrique y a Monti en la misma cena en la que veo por primera vez a Rafa, Elena, Maite, Carmen y Toni.
Estoy sentada a la mesa con ocho historias por descubrir y una tormenta que electriza la vista con la espectacularidad de relámpagos y rayos; el oído con ensordecedores truenos y, sin duda, lo mejor de todo, el olfato, con un olor a tierra mojada que anula el perfume que me he preocupado de derramar en el cuello como complemento perfecto al outfit elegido.
Estamos fuera, cobijados bajo el toldo que Rocío y Enrique, los anfitriones, han desplegado para poder cenar viendo esa “Toscana cordobesa” que es Montilla. Las viñas de la Finca Buytron enmarcan el castillo, al fondo, completando el escenario perfecto para estrenar las noches de verano, este verano, si no postpandémico, al menos vacunado. La imagen es perfecta, pero hoy me he negado a perder la noche en Instagram. Las fotos serán para mí y, como mucho, las convertiré en palabras. Además, siempre podré pedirle a Monti que me pase algunas. Él sí sabe dónde enfocar. En cualquier caso, hago bien en no usar la cámara, porque conocía Buytron en fotos y ni una sola de ellas es capaz de captar su esencia. No se empeñen. Lo conté hace una semana, no hay filtro que oculte las penas (y ésta lo confirmo) ni muestre la autenticidad de lo vivido.
Con la vista, el oído y el olfato perdidos en la tormenta, Toni y Elena se ocupan del gusto. Han preparado la cena mientras conversamos y probamos el fino que Rocío ha conseguido sacar de sus viñas. Carmen es la primera en reconocer su originalidad. Es un vino diferente, perfecto para esta noche. A medio vacunar como estamos, los brindis sustituyen a los abrazos prohibidos. Es una bonita manera de tocarse.
Con los cinco sentidos ocupados, sólo queda entregarse a la conversación. Cinco horas de charla para descubrir el talento escondido donde menos lo esperas.
Rafa es el gran descubrimiento de esta noche y, sobre todo, el azote a los prejuicios de una urbanita tan ignorante como cateta. Tiene que serlo si es capaz de sorprenderse de semejante manera al descubrir que ese joven -no está ni siquiera citado para vacunar y eso le convierte en joven automáticamente- nacido y criado en la campiña; ese chico que ríe a carcajadas recordando las anécdotas de su viaje de novios, sencillo en su narración, cariñoso con su compañera y con sus hijas, ese hombre sencillo es, probablemente, una de las personas más creativas con las que ha tenido el privilegio de cruzarse en toda su vida de cuarentañera ombliguista.
Rafael Cabello, Rafa en la mesa de Buytron, es el director de Casknolia, una marca de barriles creada por lo que hace un cuarto de siglo era una pequeña empresa familiar y hoy es la firma que surte de toneles para destilar licores a empresas de 33 países en el mundo. Desde ahí mismo, desde el pueblecito que veo mientras ceno, este hombre sencillo de mente privilegiada sintió la curiosidad de saber si el oficio que aprendió de su padre podría servir a las destilerías de bourbon de Seattle (Whashington, EEUU). Sí, así, de Montilla a Seattle viajó Rafa para pasar un año conociendo la manera de trabajar al otro lado del Atlántico. Y desde entonces no ha parado. Sus toneles llegan a Japón, Nepal, Noruega, Dinamarca… la lista de países que menciona en la conversación es tan larga y el ansia de volver a viajar tan grande que escucharle sólo deja dos opciones: ahogar las penas en los licores que ha traído para que catemos -Maite ha decidido sólo mojarse los labios- o prometerse a una misma conocer cada rincón que este verano vacunado nos permita, disfrutando de cada una de las historias que nos regale.
Optaré por lo segundo ¿alguien se apunta?
Sobre este blog
Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
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