El pálpito creativo de LaLola: mucho más que la musa del arte emergente cordobés
LaLola posa para el fotógrafo junto al escaparate de Discos Vitalogy. La cristalera de la única tienda de discos de Córdoba muestra desde esta semana un collage que ella misma ha diseñado, dentro de la iniciativa Escaparates con Orgullo. La escena, como es lógico, interrumpe el paso de los viandantes que transitan por la estrecha acera, así que un hombre tiene que esperar paciente. Cuando termina la pose, reanuda su marcha. Y lo suelta de sopetón, buscando miradas masculinas cómplices.
“Me ha alegrado la mañana ver a esta muchacha”, dice al pasar junto a la artista, cantante y actriz. Ella lo encaja con deportividad, pero no en silencio. “Nada, que no podía guardárselo para sí mismo”, dice Lola Jiménez (Bedmar, Jaén, 1991), uno de los rostros clave del ecosistema creativo emergente de la ciudad. La anécdota cobra todo el sentido porque la obra que decora el escaparate junto al que posa muestra precisamente varios ojos alrededor de dos mujeres lesbianas, a las que rodea una cita de Chavela Vargas.
“Todo lo que se sale un poco de lo normativo atrae miradas de todo tipo. A veces son positivas, pero también son negativas. Pero es que, para las mujeres, hay un plus más, porque muchas de esas miradas están marcadas por un deseo que no siempre es positivo, a veces es obsceno”. La reflexión la hace minutos después, ya delante de un café americano. LaLola es tan transparente por fuera, como misteriosa por dentro. Es una especie de pozo blanco reluciente en la superficie, del que emana un sonido de agua fresca, pero cuyo interior se caverniza.
Ella, en cualquier caso, ni siquiera oculta que no tiene ningún problema en sentirse provocativa o ser el centro de las miradas. Lo que aclara es que una cosa es mirar y otra muy distinta es ver a una persona.
El rostro de un movimiento
A ella, desde luego, se la puede mirar en muchas partes. Es, oficiosamente, la musa del arte emergente cordobés, en tanto a que, además de sus cualidades artísticas, su rostro ha sido dibujado, retratado y filmado por muchos de los colectivos creativos más efervescentes de la ciudad. Desde Algazara a La Inaudita, pasando por Azabache, LaLola se ha convertido, sin buscarlo, en una especie de bandera de un movimiento cultural que está buscando su sitio en una ciudad tan compleja y cerrada como Córdoba.
Ella, mientras tanto, no ha descuidado lo suyo: cantar, actuar, componer, dibujar. “Es verdad que a veces me siento como pesada, como si estuviera hasta en la sopa. Y que a veces, eso me lleva a dudar de si estoy dedicando el tiempo suficiente a lo mío, pero luego también pienso que, en general soy demasiado autoexigente”, ironiza la artista, que desearía, eso sí, poder disponer de más tiempo (y capacidad de concentración) para focalizarse en una cosa solo.
La música es, quizá, la disciplina que más haya impulsado su estrella. El año pasado ganó el concurso de Dinamomusic, y con ello grabó un videoclip dirigido por Álvaro Medina (La estrella azul), quien se deshizo en elogios hacia la cantante y actriz. Ya entonces encadenaba conciertos. Hoy, sigue en la misma línea. Este fin de semana ha tocado en Granada en el festival Indie-Fest, mientras prepara una pequeña gira veraniega con su grupo Lasdeatrás, y cuenta los días para actuar en Sonraíz, el festival que se celebra en octubre en Carcabuey, en el que tocará antes de Natalia Doco, una artista a la que admira.
Cantar para una misma
Por el camino, eso sí, va matando inseguridades. Ni siquiera se las guarda en la entrevista. Cuenta LaLola que creció en un pueblo de 2.000 habitantes, en el que siempre se sintió un poco el bicho raro. Vivió problemas sociales. De esos que hoy se llaman con un anglicismo. Se sobrentiende, aunque ella no lo especifica, consciente de que eso sería otorgar demasiado crédito a uno de sus muchos pasados. Sí focaliza en que vivió periodos de mucha soledad y tristeza, producto de su falta de arraigo. Esos momentos, cuenta, fueron los que la llevaron a volcarse en el papel, ya fuera a través de la escritura, el dibujo o la composición.
“Mi pálpito creativo es el drama. La verdad. Yo canto para mí misma, no soy una cantante que hasta ahora haya expresado con mi música temas sociales o cosas así. Normalmente, lo que busco es sacar mi dolor afuera”, afirma la artista, que apunta, eso sí, que lleva siendo cantante desde niña (“yo era Marisol desde chica”, resume), aunque tuvo un periodo de divorcio musical con el piano, cuando se le atragantaron las clases en el Conservatorio de Jaén, al sus padres la llevaban dos veces en semana en coche siendo una adolescente.
Actriz, siempre
El piano que ahora toca en sus conciertos, por tanto, estuvo guardado durante años. Y todavía lo acaricia entre dudas antes de tocarlo en público. También tiene guardado un disco que comenzó a componer en la pandemia y que, aunque nutre de temas y música sus directos, no se ha traducido todavía en un cancionero de los que, a buen seguro, se compartiría a través de Instagram y Tik Tok.
“Soy un caos perfectamente organizado”, se defiende ella, sin reprimir la sonrisa. Cuenta que, como artista, vive un poco en una noria. Arriba y abajo. También que la edad le ha dado, por fin, la capacidad de matar muchas de sus dudas y miedos. Y eso que, según reconoce, siempre se ha sentido cómoda en un escenario. “Yo cantando no tengo nunca vergüenza ni miedo”, reconoce. No hay ápice de vanidad en la frase. Solo hay que observarla cuando está sobre las tablas.
Cantando o actuando. Hace unos meses, se puso en la piel de Alice, uno de los cuatro personajes centrales de la obra Closer, en un montaje levantado desde Córdoba, estrenado con gran éxito de público. Para ello, LaLola dejaba paso a Lola Jiménez, la actriz que se sacó arte dramático, pero que también tuvo que decirse a sí misma que podía sacar adelante un papel tan complejo. “Yo como cantante siempre soy un poco actriz”, apostilla LaLola, que pronto llevará a Alice a un teatro de Sevilla, mientras la compañía sigue buscando otras ciudades en las que mostrar este montaje.
Mientras tanto, ella seguirá haciendo eso que no sale en las stories de Instagram, ni le enseñaron ni en el Conservatorio ni en arte dramático: hacer balances trimestrales de IVA, pagar cuotas mensuales y tratar de levantar proyectos culturales en el maltrecho mundo del arte en Andalucía y Córdoba. Su rostro seguirá apareciendo y su voz seguirá sonando. Y ella buscará, al mismo tiempo, que se la vea (más que se la mire) y se la escuche (más que se la oiga).
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