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¿Qué fue de Jorge Sanz?

Luis García

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Sabía de Larry David, que junto a Jerry Seinfield era el muy inteligente creador de esa serie tan atrevida como mordaz llamada Seinfield. También, a través de las entusiasmadas recomendaciones de amigos nada proclives a profesar culto hacia los productos concebidos para la televisión (al contrario que ciertos familiares míos que aplauden a cualquier melenudo desaseado que campea por el medievo acompañado de una espada y de algún trono o anillo que recuperar o destruir), que el  propio David era el desvergonzado protagonista de su propia realidad en Curb your enthusiasm. Tuve la desgracia de ver malacompañado algún episodio en la tele, en horario de saldo y con un doblaje aún más infame de lo habitual. No pillé nada de su aclamada gracia. Pasé de este señor tan sofisticadamente friki que se interpreta a sí mismo. Hace no mucho tiempo volvía encontrármelo encarnando el tragicómico álter ego de Woody Allen (con un añadido toque de mala leche del que carece el Allen actor) en la muy divertida Si la cosa funciona. Me pareció un actor notable. Y raro. Y cuando gracias a las maravillas de la Red recuperé la  primera temporada de Curb your enthusiasm comprendí entre frecuentes carcajadas el talento de Larry David, su capacidad para reírse de todo utilizando la cotidianeidad, las miserias, las manías y los exabruptos de su gruñón, deslenguado, incorrecto y sulfúrico personaje.

Veo de un tirón los seis episodios que componen la serie ¿Qué fue de Jorge Sanz? y compruebo la legítima fuente de inspiración de su creador, David Trueba (bastante mejor narrando con una cámara o sobre el papel de celuloide que sobre el reciclado impreso de un diario nacional). El resto es completamente autónomo, incluido el genuino ingenio al filmar las escasas venturas y numerosas desventuras de este Jorge Sanz que fue una estrella del cine nacional y que ahora sobrevive como puede, con historias en las que conviven el patetismo y la comicidad, el realismo y el esperpento.

Sólo Trueba y Sanz saben la proporción entre lo ficticio y lo real, lo imaginado y lo vivido, lo espontáneo y lo ensayado en el retrato de lo que le ocurre a este hombre en perdurable ruina profesional y más que problemática vida familiar y sentimental. Pero resulta muy grato como espectador ver los disparates, los equívocos hilarantes y las trampas continuas en la dura misión de tener que buscarse la vida día a día y escuchar los muy naturales parlamentos (lástima que no conciba la construcción de una frase sin que aparezca varias veces la palabra “tío”) entre Sanz, su impagable agente y la fauna que deben seducir. Y te quedas con ganas de continuar siendo testigo de este disparatado personaje.

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