Serranito: “El duende es tener tanta técnica que lo difícil parezca normal”
“Ahora no hay prisa, ¿no?”, pregunta el maestro Víctor Monge, Serranito (Madrid, 1942), mientras le quitan el micro de corbata. Se le acaba de pedir concreción a un hombre que este jueves pasado cumplió 79 años, y que, desde un principio, advertía de que su memoria ya no es tan rápida como antaño. “Mientras los dedos sigan siendo rápidos”, le había dicho el periodista, quitándole hierro al tema de la memoria y desatando la primera carcajada de la entrevista.
Pedirle concreción al guitarrista favorito de los guitarristas es una boutade propia de estos tiempos de stories de Instagram. Cierto es que, cuando se sienta con Cordópolis, Serranito está ya algo cansado, pues viene de un viaje en AVE, una presentación de un libro en su honor, una sesión de fotos con dos periódicos locales y una entrevista corta con la Fundación Antonio Gala. Todo el que sabía que venía el maestro, quería un pedazo de Serranito en Córdoba, donde arrancó el pasado miércoles su gira de despedida de los escenarios, llamada Como un sueño.
Así que Víctor Monge acepta amablemente la petición y concreta para el vídeo sus respuestas bajo la condición de que luego se pueda extender en el resto de la entrevista. Una charla en la que repasará algunos episodios de su carrera, desde aquel mágico año 1971 en el que ganó el Concurso de Córdoba y debutó en el Queen Elizabeth Hall de Londres, hasta aquella comida en la que le pidió consejo a Paco de Lucía cuando tuvo sobre la mesa la posibilidad de grabar con el guitarrista americano Larry Coryell, pasando por su infancia pegado a una guitarra en los tablaos más flamencos del Madrid de la posguerra.
La carrera de Serranito es imposible de resumir en unas líneas. La manera más corta sería ubicándolo como el mayor de aquella trinidad de guitarristas (De Lucía, Serranito, Sanlúcar) que fueron niños durante la Guerra Civil y que después libraron su propia guerra y cambiaron para siempre la manera en la que el público y las artes miraron la guitarra flamenca. Y lo hicieron, parafraseando al maestro, despacito. Sin prisa.
PREGUNTA. Así que una gira de despedida. Ahí, sobre el escenario, como debe ser. Cuénteme cómo encara esta última gira.
RESPUESTA. Pues la encaro con un poco de respeto. Respeto siempre le he tenido al escenario, pero, en este caso, después de 5 o 6 años sin encararme al público, y con una pandemia por medio, pues la verdad, estoy nervioso.
P. No me diga.
R. Sí. Muy nervioso. Pero, espero que mi sabiduría y mi confianza en mí mismo y, por qué no, en el público, que sabrá que tengo 79 años, entenderá que a lo mejor no puedo hacer cosas que hacía cuando tenía 40. Pero voy a tocar lo mejor que pueda. Porque, lo que no le falla a mi forma de tocar es el corazón. Le puede fallar la memoria en un momento dado, pero el corazón no. ¿Mis manos? (Las muestra al periodista) Mis manos están bien, están ágiles, porque he estudiado mucho.
Le eché valor y dejé de tocar para el cante. Dije ¡Ya está! porque sino no lo dejas nunca
P. Y practica usted bastante.
R. Sí. Hay cosas que cuestan más trabajo que otras, pero, como es lógico, se le pone más corazón también.
P. Es lógico. Lo que falta en un sitio, lo cubre con este músculo motor.
R. Exacto. Pero yo estoy bien. Lo que pasa es que durante la pandemia, en casa, en vez de estudiar los temas para tocar en cualquier sitio, como hacía siempre, me ponía a tocar y a crear cosas nuevas.
P. Anda, qué bueno…
R. Muchas cosas nuevas. He estado descubriéndome a mí mismo cosas que no conocía, pero como no soy un guitarrista joven, no se me ha ocurrido grabarlo. (Se ríe) No las he sacado de ahí. Para eso ya no estoy, te lo digo sinceramente.
P. Pero bueno, si eso tiene fácil remedio.
R. Sí, Óscar Rivero, que es muy buen amigo, y ha estado tocando conmigo 13 o 14 años, me llevó una camarilla para ponerla en el ordenador. Y me decía: “Lo que podemos hacer es esconderla”. Y yo le dije, sí, pero cuando le tengo que dar al botón me doy cuenta. (Se ríe a carcajadas) Parece una broma, pero como no estoy acostumbrado y nunca he estudiado así, pues realmente no me sale.
P. Bueno, pero veo que la guitarra ha sido una especie de refugio en la pandemia.
R. Sí, sí, sí… Eso me ha animado muchísimo. Claro, por supuesto. (Vuelve a mostrar sus manos) Tengo los dedos chatos, si os fijáis. Y los tenía más. Los tenía tanto que, para tocar en el escenario, tenía que dejar de tocar tanto. Porque yo tocaba siete u ocho horas. Y ya tenía los dedos, que no son los mismos de antaño, y lógicamente se me hunden mucho más. Así que, si quería volver, pues tenía que tener mucho más cuidado.
P. Claro, usted en realidad ha llevado casi una vida de atleta.
R. Exactamente. Bueno, creo que lo que es la técnica, la tengo. Así que todo ahora depende de los nervios. Pero llevo unos guitarristas extraordinarios conmigo, Javier Conde y Paco Vidal, que son dos guitarristas magníficos y que me quieren mucho. Ellos me admiran y me cuidan mucho. Porque, si a mí se me olvida algo, ahí están ellos. Hay que ser sinceros.
Escuchar a los jóvenes a mí me ayuda
P. Nadie es infalible, claro.
R. No, no. Verás, a mí me falla la memoria, y tengo la suerte de que ellos tienen más memoria que yo. Y entonces, cuando pasa algo, ¡prrrrom! (Hace como si tocara una guitarra). ¡Ya está! Me gusta mucho improvisar ahora, a mi edad.
P. Le gusta improvisar y rodearse de jóvenes
R. Sí, sí. Eso siempre. Miro mucho a los jóvenes y, de hecho, aprendo muchas cosas. Me gusta mucho escuchar a los que van saliendo. Y, ¡caramba!, dentro del mundo del flamenco tienes que escuchar mucho, porque hay tantas formas diferentes de expresarte. Una te inspira más, otra te inspira menos, pero escuchar a los jóvenes a mí me ayuda.
P. Y el flamenco es verdad que es una música para escucharla y para vivirla. Se enseña muy bien, pero hay una parte que…
R. Hay que vivirla también, sin duda. Pero yo siempre aconsejo estudiarlo en el conservatorio. ¿Por qué no? Eso te va a engrandecer a ti. Eso te va a ayudar a sacar todo lo que llevas dentro.
P. Y eso que no fue su caso.
R. No, pero yo estudié también. Yo tengo una crítica de un concierto en Inglaterra, del London Times, que me pareció maravillosa en casi todo, pero especialmente por una frase que recuerdo, que decía: “este guitarrista tiene tanta técnica, que no se nota”. Aquello me hizo pensar. Son unas palabras muy bonitas.
P. Desde luego. Estamos acostumbrados a hablar del pellizco, del duende… Pero para un guitarrista raro es que exista el duende sin técnica.
R. Sí, claro. El duende es tener tanta técnica que lo difícil parezca normal.
P. ¿Y en qué momento piensa usted: ésta va a ser mi última gira?
R. Bueno, yo me noto que no mejoro. Y si me noto que ya no voy a estar en condiciones, pues con ésta acabo. Pero estoy convencido de que va funcionar. La gira acaba en Madrid, y estoy yendo a Málaga y a muchos sitios. Y estoy convencido de que voy a ir a mejor con cada concierto. Además, tengo cosas en las cabeza. Iré creando cosas nuevas, si la capacidad me lo permite.
Un guitarrista de flamenco no se puede permitir el lujo de crear una ópera todos los años
P. Supongo que va a hacer un recorrido por toda su carrera, que abarca muchas décadas.
R. Efectivamente.
P. Por aquí ya le escuchamos otro, en aquel espectáculo que se llamaba Mi sonido en el tiempo. ¿En que se va a diferenciar Cómo un sueño de aquella gira?
R. Pues voy a decir la verdad. Cuando vas a una Bienal, o vienes a Córdoba, a Málaga o a Madrid, escuchas siempre: “Maestro, ¿qué nos va usted a tocar?”. Un guitarrista de flamenco no se puede permitir el lujo de crear una ópera todos los años. Es decir, vas tocando y vas cambiando cosas, vas creando otras cosas, pero el flamenco se aparece siempre. Una soleá, por mucho que se cambie, por mucho que la quieras cambiar, se va a parecer a tu manera de tocar. Y eso es precisamente la personalidad del guitarrista. Yo, incluso, llegué a cambiar un nombre antes del espectáculo. Tuve mucho valor.
P. Cuente, cuente.
R. Fue en una bienal de Sevilla. “Maestro, ¿qué va a tocar usted este año en la Bienal?”. Bueno, pues se me ocurrió de momento. Entonces yo tenía a mi querido, casi un hermano mayor, mi compadre el Perlo de Triana. Era un gran cantaor y un buen poeta. Y a su madre yo la adoraba. Porque yo me iba a su casa, en Triana, y entonces tocaban y me hacían unos cantes preciosos. Y yo aprendía con ellos. Así que se me ocurrió en aquel momento: Dos mundos y una guitarra. Es muy fácil, vamos a dedicarle una primera parte a la Perla de Triana, a la que Sevilla todavía no le ha dedicado nada. Y la segunda parte, El Concierto de Aranjuez. ¡Caramba! Además, traje a Ignacio Yepes, el hijo de Narciso Yepes, a dirigirlo. Eso se hizo y fue un gran éxito en Sevilla. Y como eso, pues tantas cosas, porque siempre he ido cambiando. Sin embargo, en Como un sueño voy a tocar cosas que ya he tocado. Agua, fuego, tierra, aire, que me gusta tocarla, y también traigo un poco de baile. Traigo un bailaor cordobés magnífico, Ángel Muñoz, que tiene más fuerza ahora que cuando tenía 20 años. Es algo que no entiendo cómo lo hace.
P. ¿Vas a recuperar en este concierto el espíritu del niño que empezaba a tocar en los tablaos en este espectáculo?
R. Pues sí, porque voy a improvisar mucho. Todos estos temas que voy a tocar, e incluso cuando toque por soleá, estaré improvisando. No es que improvise la variación o la falseta, como nosotros le decimos, sino que no sé qué va detrás de cada una. Lo que vaya tocando, conforme vaya saliendo. E igual sale otra nueva (Se ríe).
P. Hombre, si es así, ojalá quede registrada.
R. Ojalá, claro que sí.
P. ¿Quién era aquel niño? Cuénteme algún recuerdo.
R. Pues me acuerdo de mi padre, que era muy aficionado a los tangos argentinos. Y cuando terminaba de trabajar, cogía una pequeña guitarra, y hacía tres o cuatro acordes. De esos tres o cuatro acordes de mi padre, empecé yo a cantar los tangos, cuando tenía 7 u 8 años. Para mí fue como un sueño. Luego me regalaron una guitarra mejor y empecé a estudiar guitarra flamenca porque encontré a una bailarina chiquitita, que tenía 8 o 9 años, a la que le acompañaba un guitarrista. Aquel fue mi primer amor. Y de ese primer amor, me hice guitarrista flamenco.
Vas tocando y vas cambiando cosas, vas creando otras nuevas, pero el flamenco se aparece siempre
P. No me diga que se hizo guitarrista por amor.
R. Sí. Después surgió la vida en serio, aunque el amor sea algo serio, pero no a esas edades.
P. ¿Y cómo aprendió? ¿Cómo lo hizo para empezar a tocar con 10 o 12 años en el Madrid de la posguerra?
R. Pues por ejemplo, yo tomé unas clases durante un mes o mes y medio en una taberna en la calle Blasco de Garay. Yo vivía en la calle Fernández de los Ríos. Y él, mi maestro, Alfredo se llamaba, estaba lavando vasos y venía un alumno, cogía la guitarra, se secaba así (restriega sus manos con el pantalón), y se ponía a tocar el tío. Hacía las cosas de Ricardo fenomenal. Y bueno, un amigo de mi padre me costeó aquellas lecciones, porque mi padre no tenía dinero.Y yo era tan vivo cogiendo las cosas -parece ser que Dios me ha dado un oído privilegiado-, sobre todo para ser un niño, que le cogía las falsetas enseguida. Tanto es así que cuando estaba dando la clase a otro aprendiz, yo estaba allí estudiando, y cuando terminaban y se iba, cogía mi guitarra y tocaba la que le había enseñado al otro.
El maestro decía: “¡Pero bueno, este niño! Ahora te vas a enterar”. Recuerdo un día que se hizo una apuesta para ponerme una falseta difícil de entender, con gran profundidad. Alfredo dijo: “Me juego dos vinos a todos a que ésta no la coge”. La hizo el maestro (imita el toque de una guitarra). Diez minutos. A los diez minutos cogí la guitarra y ¡pum! ¡Hecha! Alfredo, una magnífica persona. Recuerdo que dijo: “Tenemos un genio aquí” (Se ríe)
P. ¿Cuánto tardó usted en pasar de las clases al escenario?
R. A los doce años ya estaba yo trabajando en Riscal (un famoso tablao de Madrid).
P. Eso hoy sería explotación infantil.
R. Ahora se diría eso, pero con doce años estaba prohibido entonces también. Pero mi hermano mayor y yo hicimos un grupo. Él tocaba la guitarra pero no flamenco. Y Eusebio Gilabert cantaba un poco de flamenco y juntamos aquello y le pusimos Los Serranos. De ahí mi nombre. Serranito, porque era el chiquito.
P. Qué época aquella. Cómo eran entonces de importantes aquellos tablaos flamencos.
R. En aquella época al Riscal iba la flor y nata de Madrid. Ahora no, ahora es otra cosa. Por ahí veía yo a Cantinflas, a Carmen Sevilla… Yo le cantaba una canción a Carmen Sevilla (se pone a cantarla) Mi Carmen, mi Carmen, Chiquilla mía. En una mesa nos daban mil pesetas, en otra nos daban cien, en otra 50. Íbamos cantando por las mesas. Hacíamos dos pases, uno al mediodía, durante la comida, y otro por la noche, hasta las doce, que ya me echaban. Y de eso, cuando hacíamos cuentas, y yo salía todos los días con 600 o 700 pesetas. Es que mi padre ganaba 150 pesetas al mes siendo ebanista. Claro, con esto le cambié la vida a mis padres. Lo cual es para mí un orgullo.
Cuando cantaba Mairena no es que me gustara acompañarle, es que me volvía loco
P. Y además, se empeñó usted en hacer conciertos de guitarra solista
R. Sí, en eso fui valiente también.
P. ¿Hasta entonces la guitarra era de acompañamiento del baile y del cante?
R. Bueno, con anterioridad había solistas. Estaba el gran Ramón Montoya. Pero yo he ido por todos los festivales con Pulpón como representante, y he hecho muchos festivales tocando para cantar. Y en el baile, desde que tenía doce años comencé a tocar por las salas de fiesta. Yo debuté en Pasapoga, en Madrid, con 14 años. Entonces, aprendí a tocar primero al baile y después ya en los festivales, tocando desde Mairena hasta el más pequeño.
P. ¿Y qué diferencia hay entre acompañar y ser solista?
R. La que hay entre ser banderillero y ser torero. Y puedes ser un gran banderillero, pero yo quería ser matador. Así de fácil. (Se ríe)
P. La tablaos son muy importantes, entonces eran algo vital pero hoy también lo son, para que los flamencos coman.
R. Por supuesto. Y tocar para cantar encima es muy bonito. Lo que pasa es que yo lo he dejado hace tanto tiempo que solamente he acompañado a mis cantaores. Pero a mí es algo que me gustaba mucho. Cuando cantaba Mairena no es que me gustara acompañarle, es que me volvía loco. Yo he llegado a tocarle a los tres Mairenas. En El Puerto. Media hora por seguiriyas. Y después, La Perla de Cádiz. A mí me gustaba mucho acompañar, pero también quería ser matador (Se ríe)
P. Usted forma parte de la santísima trinidad de la guitarra flamenca, junto a Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar. Son los tres…
R. Eso yo no tengo que decirlo.
P. No, eso lo digo yo. Lo que le voy a pedir es que me diga qué cree que ha aportado cada uno.
R. Pues cada uno de nosotros ha dejado muchas cosas. Paco de Lucía era un diablo, un gran músico, con unas ideas geniales. Y luego hay un disco que a mí me disloca, que es Tauromagia, de Sanlúcar. Para mí es uno de los mejores que se ha hecho. Y de mí, algunas cosillas que he hecho, digo.
Lo que no le falla a mi forma de tocar es el corazón
P. De usted hay quien dice que es el guitarrista favorito de los guitarristas.
R. No, favorito no. Yo creo que eso no es verdad. Lo que ocurre es que sí, le eché valor y dejé de tocar para el cante. Dije ¡ya está! Porque sino no lo dejas nunca. Y me dije: ahora me defiendo, pierdo dinero, pero voy en solitario. Y por eso, creo yo, se llama así el libro que me hizo José Manuel Gamboa.
P. Sí, pero ahora mismo se ha presentado un libro sobre usted en el que seguro que le ponen por las nubes, porque técnicamente usted ha hecho cosas que no hacía nadie.
R. Bueno, esa es mi personalidad. Yo soy demasiado para mí mismo. Yo hago cejillas con el meñique para poder usar la otra mano para un acorde. Y, bueno, igual en el jazz o en algunos otros tipos de guitarra, he visto hacerlo así. A mí me dijo Yepes: “Si se hace en el chelo, por qué va a estar mal que tú lo hagas en la guitarra”. Y tenía razón. Si suena y suena bien, ¡caramba!
P. ¿Qué sería lo más revolucionario que se ha hecho con la guitarra en estos años?
R. Bueno, yo creo que el conocimiento en sí de la guitarra. Conocer al instrumento mejor. Hay guitarristas fabulosos como Antonio Rey, al que le dimos el premio hace unos años, aquí en Córdoba. Y, bueno, ahí está, que está saliendo como una bala. Y toca con un flamenquismo… Y también el último que ganó, José Fermín, muy bueno.
P. ¿Se está tocando ahora bien?
R. Pues claro. Se está tocando muy bien. Unos mejores que otros, como siempre. Hombre, es que hay muchos maestros ya.
P. Este conocimiento tan amplio es lo que distingue a las nuevas generaciones de la suya, que fue, en la mayoría de los casos, autodidacta.
R. Bueno, hay excepciones. Antonio Rey creo que no ha pasado por los conservatorios y, sin embargo, toca la guitarra desde que era así (pone la mano a un metro del suelo). Ya tocaba con una guitarra eléctrica cuando tenía siete años o menos. Él ha vivido en América, con su padre, y ha estado en Madrid, en el barrio de Caño Roto, el más gitano de Madrid, y donde hay una escuela de guitarra, que muchos me atañen a mí y yo no la he pisado. Sin embargo, sus guitarristas y su director, Aquilino, El Entri, el que la lleva y la ha creado, sí, porque es el único que me cogía muchas cosas cuando estaba de guitarrista.
Paco de Lucía era un diablo, un gran músico, con unas ideas geniales
P. Es una escuela de Serranistas, ¿no?
R. Jajaja. No hombre, no sé. Yo he sido un espíritu perdido, porque yo no he dado una sola lección allí. Pero se ve que se estudian sobre todo mis formas. No es solo tocar una falseta por seguiriyas o por soleás de Serranito, Manolo o Paco, no, se trata de adquirir los conocimientos para poder hacer eso. Esa es la diferencia. Eso va creando una escuela. Y ahí está mi amigo El Entri.
P. ¿Cree usted que se pierde pureza cuando se llena la cabeza de conocimiento?
R. Todo lo contrario. Es la diferencia entre nadar un poquito y nadar mejor. Te puedes ahogar si no sabes.
P. ¿Y la fusión, cómo la ve? Le he leído cosas a favor y en contra.
R. La fusión tiene que existir. Yo recuerdo, hace muchos años, en Austria, donde estuve tocando y lo que querían hacer precisamente los organizadores de ese festival era la fusión. De manera que había un guitarrista coreano, un guitarrista brasileño, otro de flamenco, guitarras clásicas… Había guitarristas de todo tipo y además nos obligaban a reunirnos fuera del escenario y nos decían que ese era el espíritu de lo que querían hacer. Y bueno, había carpas con un puñado de gente que vivía allí y nos juntaban a todos. De modo que uno estaba tocando una cosa y llegaba otro y pum pum pum. En mi habitación una vez se metió un señor con un instrumento brasileño que es como un palo y una cuerda (se refiere al Birimbao). Estaba yo estudiando y se ve que escuchó mi guitarra y entró y se puso a tocar. Pero sin decir ni hola. Al ratito había un guitarrista clásico, luego otro de jazz y, cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos tocando e improvisando todos juntos. Y yo, que era el más jovencito, ¿qué hice?, pues aprender.
P. Entiendo entonces que hay hueco para todo.
R. Claro, por qué no. Lo que yo no voy a tocar es una música que desconozco. Yo no voy a tocar jazz de repente. Imposible. Pero yo, sobre esos acordes, creo mi expresión. Lo tienes con Al Di Meola y con Paco.
P. O, sin ir más lejos, lo que usted hizo con Larry Coryell.
R. Yo tuve la experiencia sí. Y me gusta ser sincero, yo llamé a Paco. “Oye, Paco, que tengo que tocar con estos galifates” (Se ríe) Le pregunté: ¿Qué hago? “¡Vamos a comer juntos!”, me dijo. Paco y yo vivíamos cerca en Madrid. Comimos, con nuestras respectivas señoras, y después nos fuimos a un estudio que tenía Paco en su casa. Y estábamos abajo en el estudio y me dijo: “¿Sabes lo que me dijo a mí Larry Coryell? Pues me dijo: toca. Ea, ves, ya estás improvisando bien”. Y después se hizo el espíritu del trio. Pues eso mismo me lo dijo a mí. Y ya está (Se levanta de repente de la silla), vamos a comprar un jamón y nos vamos a poner moraos (Se empieza a reír y se vuelve a sentar).
Hay un disco que a mí me disloca, que es Tauromagia
P. Está claro que la música es un lenguaje universal, y el flamenco también. Por cierto, ¿qué opina de quién trata de geolocalizar el flamenco en un territorio, como ha ocurrido hace poco?
R. Eso es una tontería que ha dicho alguien que no debiera haber hablado porque lo que dijo es una tontería. Porque ya sabemos donde nace el flamenco. El flamenco tiene que ser así. Aquí convivían tres lunas, ¿verdad? Yo hice un concierto de eso, La noche de las tres lunas. Los judíos, los árabes y los cristianos. Y no siempre se estaba peleando. De esa fusión, de esa convivencia, surge el flamenco. Convivían en Córdoba, convivían en Granada, y tenían épocas buenas.
P. Y épocas malas. Que también las hubo.
R. La mala la estoy escribiendo ahora.
P. No me diga.
R. Una granaina titulada Lágrimas por Granada, sobre el final de Boabdil. Sobre eso estoy yo creando una cosa, pero no puedo decir demasiado.
P. Entonces usted es de los que cree que el flamenco está vinculado con aquella convivencia.
R. Con las tres culturas, totalmente.
P. No es una teoría que hoy compre todo el mundo, usted lo sabe.
R. Mira, hice también en la Bienal de Sevilla un concierto que empezaba con una petenera. Yo tocaba la petenera, después la cantaban y luego se hacía un cante judío de verdad, que es igual que la petenera, con la misma cadencia.
P. Para despedirme, dígame dónde más le ha sorprendido la reacción del público al oírle tocar.
R. Pues uno de los países donde yo más he triunfado ha sido en Turquía. Hay muchos aficionados allí. Grandes aficionados y gente muy buena. Yo tengo muchos amigos allí.
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